«Así que humíllense ante el gran poder de Dios y, a su debido tiempo, él los levantará con honor. Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes»
(1 Pedro 5:6-7, NTV)
Cuando aprendí por primera vez a descargar mis preocupaciones sobre el Señor, estaba en el sur de Texas predicando en una campaña a la que nadie iba. No te estoy mintiendo; la gente evitaba el lugar… miles de personas lo hacían. Después de uno o dos servicios en el que estaban el pastor, unas dos o tres personas más y yo, empecé a ponerme ansioso. Pero el Señor me dijo: Descarga esa preocupación sobre mí, y así lo hice.
Empecé a caminar sonriendo y silbando. Le dije al diablo: «No pondré mala cara ni me preocuparé. Vine aquí a predicar y eso es lo que voy a hacer, y es asunto de Dios si alguien aparece o no. ¡No me preocuparé por nada!»
Estaba tan feliz que parecía un tonto. El diablo me dijo: “¿Qué pasa contigo? ¿No eres lo suficientemente inteligente como para preocuparte por esta situación?”. Supongo que la gente murmuraba: “Me parece que es demasiado ingenuo como para no preocuparse. Creo que es porque nunca fue al seminario; no puede ver la diferencia entre una gran victoria y una aplastante derrota”.
Pero le dije al Señor: “He descargado mi preocupación y ansiedad sobre ti, y si nadie viene excepto esa querida anciana, ella será la persona a la que más se le haya predicado en el estado de Texas, ya que predicaré como si hubiera una muchedumbre”.
En ese entonces no me daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Mi despreocupación me colocó en una posición en la que el diablo no podía hacer nada. Ya no podía inmiscuirse en mi vida. No podía sembrar más temor ni incredulidad. No podía presionarme para que hiciera concesiones porque ya no me importaba lo que pasara. Yo había echado toda mi ansiedad sobre el Señor.
¿Estás preparado para librarte de la ansiedad? Si lo estás, sólo haz esta confesión de fe:
“Soy creyente; no soy incrédulo. La Palabra obra en mí; y en este momento me humillo bajo la poderosa mano de Dios. Descargo toda mi preocupación y ansiedad sobre Él. Desde este momento en adelante, me niego a preocuparme. En su lugar, oraré, activaré mi fe y creeré. Dios me exaltará sobre el problema y sobre el diablo. Pues yo pertenezco a Cristo y ¡Él cuida de mí!”
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