«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.»
(1 Timoteo 2:1-4)
Una de nuestras prioridades como creyentes del Nuevo Testamento, es orar por los líderes de las naciones. ¿Por qué? Porque esos líderes tiene bajo su mando multitudes de hombres y mujeres que necesitan escuchar el Evangelio. Sus decisiones pueden abrirle la puerta a ese Evangelio para que muchos sean salvos… o cerrarles la puerta y mantener a esas personas en tinieblas espirituales.
El amor de Dios en nuestro interior, debería motivarnos a orar por esos líderes. El amor debería mantenernos de rodillas, pidiendo para que Dios transforme sus corazones hacia la justicia. Es el amor el que debe inspirarnos a orar por ellos ante Dios en el nombre de Jesús.
Cuando los creyentes oran de esa manera, los milagros suceden. Por ejemplo, en 1991 durante la Guerra del Golfo. Los creyentes levantaron su clamor y se inundó el cielo con una gran ola de oración. La Iglesia abrió su “gran boca” de fe y poder, y sucedió uno de los más grandes milagros que alguna vez hayamos visto en nuestra nación.
El cuarto ejército mejor equipado en el mundo, fue vencido por la más inauditas y abrumadoras probabilidades en la historia de las guerras. Ellos terminaron con 150,000 víctimas y nosotros con 400. ¿Será que esa victoria ocurrió, porque la Fuerza Aérea y el ejército estaban bien entrenados y equipados? En parte quizá, pero el mayor elemento para obtener la victoria, fue la participación de los cielos.
Y estamos seguros de ello, porque poco tiempo después de esa gran victoria en el Golfo, nuestro bien entrenado ejército fue a Somalia. Sin embargo, cuando entraron en peligro; las personas usaron la crítica, la contienda y pleitos, en lugar de orar. Abrimos nuestra gran boca; pero sólo para quejarnos, pues no estábamos de acuerdo con esa misión. No apoyamos ni al Presidente ni a su administración. Y como resultado, nuestro ejército bien entrenado y equipado, sufrió grandes pérdidas y fue expulsado por mercenarios y traficantes de drogas.
Como creyentes comprometidos a vivir en amor, nunca debemos permitir que eso vuelva a suceder. Debemos mantener a nuestros líderes en oración y asegurarnos que tomen las decisiones correctas, en lo que respecta a nuestra nación. Luego, debemos respaldarlos, no con crítica, sino con continuas oraciones. Debemos abrir nuestras grandes bocas ante el trono de la gracia, y mantenerlos cubiertos con amor.