«…Conforme a vuestra fe os sea hecho.»
(Mateo 9:29)
La fe obra por el amor. Ya hemos reconocido ese hecho muchas veces. Pero ¿sabía usted que el amor no puede obrar sin la fe?
Es verdad. Yo podría amarlo con todo mi corazón. Podría amarlo tanto al punto de comprarle una casa, dejarle un automóvil nuevo en la entrada, y entregarle las llaves de ambos bienes —pero si usted no confía en mi amor, estos obsequios no le beneficiarían en nada—. Cuando intente darle las llaves, se negaría a recibirlas diciendo: “No, usted no puede engañarme. Yo sé que no me compró un automóvil y ciertamente no creo que me haya comprado una casa. Así que quédese con sus tontas llaves porque no creeré esa mentira”.
¿Será esto ridículo? No, ésa es la realidad. De hecho, supe la historia de un caso real como éste hace algunos años en Chicago. Un hombre que había vivido en una terrible pobreza, apenas sobrevivía con la ayuda de algunos programas sociales del gobierno, fue contactado por alguien y le informó que había sino nombrado heredero de una multimillonaria fortuna.
Imagínese. Una persona que vivía en la calle, hambrienta, padeciendo calor y frío. Quizá usted piense que saltaría de alegría al recibir esa noticia, emocionado por la posibilidad de que alguien le proveyera algo.
Pero no lo estaba. Al contrario, se negó a creerle al mensajero y le dijo: “A mí nadie me ha regalado nada y nadie me dará nada. Váyase de aquí y déjeme solo”.
Según cuenta la historia, le pidieron al alcalde de la ciudad que los ayudara a convencer a este hombre para recibir su herencia. Por tanto, llegó en su limosina frente al sucio lugar donde este hombre vivía, y él con claridad se percató de que fuera el alcalde. Pero aún así no le creyó: “No… —replicó—. Nadie jamás me ha regalado nada y no van a comenzar a hacerlo ahora. Así que súbase a su lujoso automóvil y váyase”.
El alcalde le ordenó al hombre que lo acompañara. Le dijo que el estado se había cansado de pagarle su comida cuando él tenía un millón de dólares en el banco. Así que llevó al hombre al banco, quien iba quejándose y refunfuñando en todo el camino.
Lo más triste es que muchos cristianos son así. Tienen un Padre celestial que los ama tanto, que les ha provisto todo lo que podrían llegar a necesitar. Tienen una herencia tan rica que literalmente es inagotable, sin embargo, no han desarrollado la suficiente fe en el amor de Dios para recibirla, en cambio declaran: “SEÑOR, no te pido mucho. Sólo lo suficiente para que mi familia y yo sobrevivamos”.
Y, a pesar de las riquezas que Dios anhela darnos, Él se ve obligado a repartir esa pequeña provisión a Sus hijos que le han pedido como el SEÑOR lo establece: Conforme a su fe, les sea hecho.