«Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.»
(1 Pedro 2:4-5)
Una de las razones más importantes por las cuales, como miembros del Cuerpo de Cristo, debemos aprender a vivir en amor, es porque Dios nos ha puesto juntos. Dios nos ha colocado uno a la par de otro para edificarse a Sí mismo una morada, de la misma manera en que las rocas de construcción se colocan juntas para edificar fuertes muros.
Sé un poco acerca del tema, pues uno de los hermanos de Gloria era albañil. Él construyó la chimenea de nuestra cabaña de oración, y yo observé cómo la hacía. Mientras la construía, me di cuenta que es muy distinto colocar una roca que un ladrillo. Todos los ladrillos tienen la misma forma y tamaño. Cuando alguien toma un ladrillo y lo coloca en cualquier parte, funciona y encaja porque todos son similares.
Pero con las rocas es una historia completamente diferente. Cada una es diferente, algunas son grandes y hermosas; otras pequeñas y extrañas. Tienen bordes filosos e irregulares, y el albañil las coloca a cada una en el lugar correcto. Cuando el hermano de Gloria construyó nuestra chimenea, escogió una roca con un gracioso aspecto de “L”; y la colocó justo en medio. Habían otras rocas fuertes y sólidas a su alrededor; sin embargo, dejaron un espacio que sólo una pequeña roca podía llenar.
Ése es un perfecto ejemplo de cómo edifica Dios el Cuerpo de Cristo. El SEÑOR nos ha tomado y nos ha colocado junto a alguien muy diferente a nosotros. Él nos coloca junto a personas que tienen bordes afilados que irritan nuestra carne. El Señor nos pone junto a personas con quienes, que por lo regular, no nos relacionaríamos.
¿Por qué? Porque Sus caminos son más altos que los nuestros. Dios ve más allá de lo que nosotros vemos. Él conoce nuestras debilidades y fortalezas; por consiguiente, nos colocó de tal manera que las fortalezas de uno, ayuden a las debilidades del otro. Dios nos colocó así para que mis asperezas puedan afilarlo, y que su dureza lime mis asperezas.
Por supuesto, hablando desde el punto de vista humano, el resultado sería un desastre. Ya que es una oportunidad para entrar en conflictos y contiendas. Por esa razón, debemos andar en el amor ágape. Es necesario escoger el amor —no porque sea fácil o porque sintamos el deseo de hacerlo—, sino porque estamos comprometidos con el SEÑOR, y con nuestros hermanos.
Cuando obedezcamos, el amor se convertirá en la argamasa que nos une a todos. Nos transformará de piedras tambaleantes a un muro sólido e inquebrantable. El amor nos une a la perfección, y hace de nosotros la santa morada del SEÑOR.