«[Moisés le dijo al Señor], muéstrame Tu gloria. Y [Dios] le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro…»
(Éxodo 33:18-19)
El bien vence al mal —y la bondad de Dios y Su gloria son uno sólo y lo mismo—. Por esa razón, Dios hizo pasar todo Su bien delante de Moisés. Ésa era la gloria que Moisés anhelaba ver.
Si usted lee el pasaje completo en Éxodo 33, descubrirá que el Señor le indicó a Moisés que Él debía protegerlo de Su gloria, pues si hubiera visto Su rostro, el habría muerto.
¿Por qué? Porque Moisés no había nacido de nuevo; por tanto, había pecado en él. Su corazón no había vuelto a nacer. El pecado es en realidad tinieblas. Dios no tiene que destruir las tinieblas ni tampoco levantar Su brazo poderoso en contra de éstas y destruirlas; pues cuando entra en escena y Su bondad es liberada a plenitud, ésta es tan poderosa que simplemente las destruye por completo.
Por ese motivo, la humanidad debía separarse de Dios después de la caída de Adán. Él necesitaba proteger al ser humano del poder de Su gloria.
No obstante, quiero que sepa que Dios ya no está separado de nosotros. Él mora dentro de nuestro espíritu humano renacido —y en estos últimos días, Él se manifestará de nuevo para tocar a la humanidad—.
¡El Espíritu Santo ejercerá el dominio sobre la carne! Analícelo. El diablo creyó que ya se había apoderado de la carne. Éste ha dominado esa área por miles de años; y a causa de ello, hemos tenido que aprender a vivir por fe, no por vista ni por las manifestaciones de la carne. Asimismo, aprendimos a ignorarla y a controlarla, al vivir por fe en la Palabra del Todopoderoso.
Se acerca el tiempo en el cual Dios comenzará a gobernar la carne de las personas. Todavía deberá vivir por fe; sin embargo, es necesario que se prepare para las manifestaciones físicas. Porque al derramarse el fuego de la gloria de Dios en la carne, algunos no sabrán si correr, esconderse, saltar o gritar.
Ellos se darán cuenta rápidamente que usted la toma en serio, pues es un poder seguro. El cual obligará a la enfermedad y a la dolencia a desaparecer del cuerpo humano, y que logrará que el diablo empaque ¡y huya!
Este mismo poder traerá la cosecha final, y Dios se encuentra listo para derramar por completo ese poder en su vida. Por eso, el Señor nos pide que quitemos el pecado de nuestra vida, y nos indica: Arrepiéntanse para que ¡Yo pueda manifestar la gloria!
Si Él derrama la plenitud de Su gloria, y usted sigue aferrado al pecado; esa misma gloria destruirá su carne. Entonces ¡eche fuera al pecado! ¡Limpie el templo! ¡El fuego de Dios anhela entrar!