«Vivan en armonía, unos con otros; no altivos (burlones, altruistas, exclusivos), sino que con gusto adaptándose [a las personas y cosas] y entréguense a sí mismos para realizar tareas que demuestren humildad. No se subestimen, no sean sabios en su propia opinión.»
(Romanos 12:16, AMP)
La humildad es el distintivo de una persona que ha madurado en el amor. Ésta es la característica del creyente a quien Dios puede confiarle el verdadero poder. Por esa razón, a menudo usted encontrará que las personas que viven en verdadera autoridad espiritual son lentos en criticar a los demás. Quizá tengan mucha sabiduría espiritual y conocimiento, sin embargo, jamás la utilizarán para menospreciar a un hermano o hermana en el SEÑOR.
Incluso si observan a alguien comportarse mal y pueden demostrar, con base bíblica, que la persona está equivocada, se niegan a juzgarlo. Son lo suficientemente humildes, como para percatarse de que es probable que existan aspectos de la situación de esa persona que ellos no comprendan. Y los aman lo suficiente como para hacer ajustes en su propia actitud, a fin de darle al hermano equivocado el tiempo y el espacio para crecer.
Sin embargo, las personas inmaduras son lo apuesto. Ellos son rápidos para señalar las faltas de los demás. Utilizarán la verdad bíblica, para acribillar el pecado en la vida de alguien más, y jamás se detendrán a pensar en el daño que causaron en el proceso. Nunca se les ocurrirá que su arrogante actitud entristece aún más al Espíritu Santo que los defectos del hermano que pretendían corregir.
Las personas que actúan de esa manera (y en ocasiones todos actuamos así) me recuerdan cómo era mi hijo, John, de pequeño cuando aprendió a disparar un arma. Era un buen tirador y no tenía ninguna dificultad en acertarle a su objetivo. Sin embargo, jamás lo dejé sin mi supervisión cuando íbamos a cazar juntos, pues aún carecía de sabiduría.
Por ejemplo, en una ocasión salimos juntos y él vio una enorme y fea araña subiendo a un lado del granero. Él deseaba matarla, así que tomó su escopeta y le apuntó.
—¡No hagas eso! —le dije mientras tomaba su arma—. ¡Harás un gran agujereo en la pared de ese granero!
John exclamó con timidez: «Es cierto, no me había puesto a pensar en el granero».
Así éramos usted y yo, cuando comenzamos a aprender acerca de las cosas de Dios. Tenemos todo nuestro equipo espiritual. La fe de Dios reside en nosotros, y contamos con la capacidad de utilizarla. Tenemos la unción del Espíritu Santo, y la capacidad de utilizarla. Contamos con la PALABRA de Dios, y la autoridad para usarla. Sin embargo, antes de que Dios pueda depositar ese poder por completo en nosotros, debemos crecer y madurar en amor.
Necesitamos ser muy sabios para tolerar a una araña por un momento, por el bienestar del granero… y ser bastante humildes para consultarle a nuestro Padre antes de apuntar, pues quizá haya algunas cosas que aún no sepamos.