«Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios»
(Hebreos 12:1-2)
Disciplinar la carne. Estas palabras traen a la memoria de muchos creyentes recuerdos de frustración y de fracaso. Saben que es importante disciplinar la carne, ya que la Palabra de Dios lo enseña de forma muy clara, pero no saben exactamente cómo hacerlo.
Algunos se han dado por vencidos porque creen que tal disciplina es imposible. Otros siguen luchando, decididos a poner la carne bajo sujeción, aunque continúan perdiendo una batalla tras otra. Pero no debe ser así. En realidad, no podemos darnos el lujo de permitir que sea así, porque nos costaría muy caro.
Nosotros tenemos la bendición de ser parte de la generación que verá las señales y los prodigios que los antiguos profetas desearon haber visto. Seremos testigos del derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda carne. Pero el pecado impide el fluir del Espíritu. El poder y la gloria de Dios se manifestarán por medio de nosotros sólo cuando nos despojemos del pecado. Recién entonces veremos las grandes maravillas que han sido profetizadas para nuestra generación.
Por lo tanto, deja atrás los fracasos del pasado. Proponte que no permitirás que los pecados de la carne te quiten la gloria de Dios. Sí, créelo. Puedes despojarte del pecado con el que has estado luchando todo este tiempo y vivir bajo el control del Espíritu. Observa a Jesús… Él te mostrará cómo hacerlo.
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