La vida está llena de expectativas que no han sido alcanzadas, y de debilidades humanas. El enemigo quiere hacernos creer que siempre que algo no sale como deseábamos, eso destruirá nuestro testimonio ante las personas, haciendo más difícil compartir la Palabra de Dios con ellas. Sin embargo, debemos recordar que no es nuestra vida la que estamos predicando, ¡sino la de Jesús!
Incluso si la Palabra de Dios nunca obrara a nuestro favor (aunque sabemos que sí lo hace), no niega el hecho de que Su Palabra es verdadera; y de que cambiará la vida de los que la reciban. Nuestro trabajo no consiste en construirnos una reputación a nosotros mismos, sino en continuar predicando el absoluto evangelio de Jesucristo, y hacer famoso Su nombre sobre la Tierra.
El apóstol Pablo tuvo que luchar con este problema en su propio ministerio. Ya que después de que fue apedreado y perseguido, fue tentado a no predicar el evangelio en la iglesia de Gálatas. Se preguntaba qué pensaría la gente de él, sin embargo, ellos no lo menospreciaron ni lo rechazaron; al contrario, fue recibido como un ángel de Dios, e incluso, como a Cristo (Gálatas 4:13-14). Aunque un mensajero de Satanás se hizo presente para estorbarlo, los milagros continuaron llevándose a cabo en medio del pueblo, pues Pablo estaba predicando el evangelio (2 Corintios 12:7-10; Gálatas 3:5).
A medida que Pablo ejerció su fe en la Palabra de Dios, fue liberado (2 Timoteo 3:10-11). Él oraba tres veces cada vez porque Satanás trataba de estorbarlo para que no hiciera la obra que Dios le había encomendado. Pero Dios le manifestó que Su gracia y Su poder lo harían perfecto en su debilidad. En otras palabras, Dios estaba manifestándole que Su gracia era más que suficiente para obtener la victoria. Y cuando Pablo puso en práctica su fe en la gracia y el poder de Dios, ¡venció y fue liberado!
No importa lo que Satanás ponga en tu camino, continúa predicando la Palabra de Dios; y esa Palabra hará que seas victorioso (Proverbios 4:8). No le prestes atención a ninguno de sus astutos comentarios. ¡Nosotros ya sabemos quién es el ladrón! Sabemos que es la falta del conocimiento de la Palabra de Dios, y no saber cómo usarla, lo que causa que el pueblo perezca (Oseas 4:6). Sólo porque hayas cometido un error no significa que debas renunciar. Continúa peleando la buena batalla de la fe, y recuerda que eres un vencedor en Cristo Jesús (1 Timoteo 6:12, 1 Juan 4:4).