«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro
culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio
de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta»
(Romanos 12:1-2).
A veces, tenemos la idea de que enfrentar nuestra carne es más difícil de lo que en realidad es. Debido a que así sucedió por mucho tiempo en el pasado, tenemos la impresión de que la carne es fuerte y poderosa. Pero no lo es. Ésta cede ante la influencia que la rodea, se conforma a lo que constantemente está expuesta.
La avenida Madison confirma ese ejemplo. Si usted le entrega a una agencia publicitaria un enorme presupuesto y el tiempo suficiente, ellos pueden inundar los ojos y los oídos del público con algo para que pronto se acostumbren a ello. Por ejemplo, colocan fotografías de modelos vistiendo jeans acampanados en revistas, anuncian los jeans en programas de televisión y en vallas publicitarias…; y de inmediato, las personas que juraron jamás utilizarlos, andarán por toda la ciudad ¡vistiendo pantalones acampanados!
¿Por qué? Porque así es la carne humana. Está hecha para habituarse a las influencias que la rodean. Algunas de esas influencias provienen de nuestro interior, y algunas otras, del exterior. Algunas, inclinan a la carne hacia un sentido…; y otras, hacia otro. Sin embargo, la influencia más fuerte y consistente siempre gana. Una vez que comprenda cómo funciona ese principio, puede ponerlo a obrar a su favor; y permitirle que lo ayude en su deseo de ser completamente conforme a la imagen de Jesús y de disfrutar una vida de amor.
Debido a que el Espíritu Santo habita en su interior, la influencia de Dios obra en usted desde su interior. Luego sólo debe poner a obrar esa misma influencia desde el exterior. Y ¿cómo lo logra? De la misma forma que los anuncios de la avenida Madison: Renovando su mente al exponerla constantemente a Jesús. Invierta tiempo en la PALABRA y tenga constante comunión con Dios. Llene su mente con Sus pensamientos (con las Escrituras: ¡los mismos pensamientos de Dios!) y no con los pensamientos del mundo. Reemplace la imagen que tiene de sí mismo con la imagen bíblica de Jesús.
Después, practique y comience a actuar como Él. Permita que Su naturaleza fluya a través de su corazón. Así, en lugar de que su carne luche contra usted; progresivamente ésta será conforme a lo que usted es en su interior, y se convertirá ¡en la persona amorosa que su corazón anhela que sea!