«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos»
(Isaías 55:8-9).
La manera en que Dios ama es más alta que nuestra forma de amar. Él tiene ideas, que nosotros jamás las pensaríamos. Debemos sintonizar nuestro corazón a Su voz y escuchar lo que Él tiene que decirnos. Sólo podemos vivir en amor cuando cumplimos lo que Él nos pide.
En una ocasión, me encontraba podando el césped de mi casa; y cuando terminé, el SEÑOR me dijo que deseaba que cortara el césped de la casa de mi vecino. Al principio, no estaba muy emocionado al respecto, en primer lugar, porque cortar el césped no es algo que disfrute hacer. Si Gloria me lo permitiera, yo colocaría cemento en todo el patio, y lo pintaría de verde; y así jamás tendría que volver a cortar el césped.
En segundo lugar, no estaba seguro de que mi vecino apreciara que yo podara su césped. Ni siquiera lo conocía. Él podía pensar que lo estaba insultando y haciéndole ver que no realizaba un buen trabajo cortándolo él mismo. Sin embargo, intenté persuadir a Dios de esa idea (lo cual siempre es inútil. Lo mejor es que debe realizar lo que Él le indique, sin murmurar ni discutir porque jamás cambia de parecer. Ya que después de que usted termine de quejarse, Dios seguirá pidiéndole que realice lo que en un principio le ordenó). Por tanto, obedecí y comencé a trabajar en ello.
Cuando estuve en el césped de mi vecino, el SEÑOR me habló: Ahora, mientras caminas por esta propiedad, quiero que hagas lo mismo que le indiqué a Abraham, y reclames el suelo por donde caminas. Reclama ese territorio para Jesús. Jamás se me habría ocurrido, pero comencé de inmediato. En realidad, tuve un buen tiempo orando y podando esa tarde.
Al final, resultó que los vecinos ni siquiera se encontraban en casa. Estaban fuera de la ciudad y el césped volvería a crecer antes que ellos volvieran, así que jamás sabrían que yo lo había podado. Sin embargo, unas semanas más tarde, una dama rubia y de baja estatura llegó a nuestra casa, y comenzó a evangelizarnos con tanta emoción que pensé que se desmayaría. “Debo hablarles de Jesús —expresó ella—. ¡Él los ama y los salvará!”.
¿Sabe quién era? ¡Mi vecina! Resulta que una o dos semanas después de que yo cortara su césped, toda la familia asistió a un retiro de alcance evangelístico; y ¡todos aceptaron a Jesús! Nuestras familias se conocieron. Unos días después, ella volvió a visitarnos y nos preguntó si nuestros hijos podían ayudarla a iniciar un grupo de estudio bíblico para los niños del vecindario. Ellos ganaron niños de todo el vecindario… sobre el terreno que reclamé para Jesús mientras yo cortaba su césped. ¿Quién más que Dios podía haber pensado en algo así?