«Y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.»
(Mateo 20:27-28)
¿Alguna vez se ha molestado con alguien que no apreció su amabilidad? O ¿alguna vez ha expresado: “¡No puedo creer que me hayan tratado tan mal! Después de todo lo que he hecho por ellos, ¿cómo pudieron olvidar todo lo que me deben?”.
La próxima vez que se sienta tentado a tomar esa actitud, recuerde esto: en el momento en que usted adopta la mentalidad de mártir, se aleja de la cobertura del amor. Pues está utilizando las buenas obras que ha realizado por esa persona como un tipo de manipulación emocional. En lugar de alegrarse por BENDECIR a los demás, está demandando algo a cambio.
Quizá alguien diga: “¿Acaso no todos lo hacen?”.
Jesús no. Cuando Él llegó a la Tierra, no vino a intentar hablar con las personas para que le creyeran, a fin de obtener algo de ellas. Él vino a entregarse a Sí mimo por completo y sin reservas para que todo aquel que en Él creyera no se perdiera, sino tuviera vida eterna.
El se sacrificó por amor al mundo, aunque no había ninguna garantía de que alguien lo recibiera. Y de hecho así fue. Cuando Él fue enviado a la Cruz, nadie valoró o entendió lo que Él estaba realizando, pues era un misterio escondido en Dios. La gente se burló de Él y lo menospreció, sin embargo, no se ofendió ni expresó: “¿Padre, puedes creer esto? Estoy derramando Mi sangre por ellos, y ellos ni siquiera lo valoran”. No, Jesús oró: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Incluso después que resucitó, la mayoría de Sus seguidores no le recibieron. En la Biblia leemos que se le apareció a casi 500 personas después de Su resurrección (1 Corintios 15:6). Y Él les dijo: Vayan a Jerusalén y esperen por la promesa del Espíritu Santo. Pero sólo 120 se encontraban en el Aposento Alto el día de Pentecostés. Usted bien podría pensar que todos estarían allí después de haberlo visto resucitar, pero no fue así. Es claro que aunque vieron con sus propios ojos lo que Él había realizado por ellos, no respondieron como debieron.
Jesús jamás permitió que la ingratitud de las personas le afectara. No tenemos ningún registro de que Él se haya quejado al respecto. Simplemente continúo realizando lo que el amor de Dios en Él le indicaba: Siguió dando, sirviendo y derramando Su vida.
Y nosotros, como Sus discípulos, debemos actuar de la misma manera.