«Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.»
(2 Corintios 9:7-8)
A través de los años, los creyentes han aprendido los principios de sembrar y cosechar. Hemos leído en la PALABRA que si damos, recibiremos. Si sembramos una semilla, obtendremos una cosecha.
Ése es un principio bíblico, pero no funciona de manera automática. No dé dinero, esperando que, de manera automática, regrese multiplicado. Pues cada principio espiritual funciona de acuerdo con la condición del corazón. Quizá le asombre lo siguiente: El incremento no siempre se manifiesta en todos los dadores. Pues éste sólo viene sobre aquellos que dan en fe, con alegría, y con un corazón de amor.
Ananías y Safira son un claro ejemplo de este principio. Le dieron una ofrenda considerable a la iglesia de Jerusalén. Hablando desde el punto de vista financiero, era una gran semilla la que sembraron. No obstante, no recibieron la BENDICIÓN de la cosecha ni el incremento. Su cosecha fue partir de manera pronta de este planeta, pues la condición de sus corazones era incorrecta. Ellos no ofrendaron, porque amaban al Señor y deseaban ser de BENDICIÓN; sino motivados por su egoísmo y su orgullo.
Su historia demuestra que el dinero, por sí mismo, no es la semilla. Podríamos decir que es sólo la cáscara de la semilla. Y lo que está dentro de la cáscara es lo que cuenta. Cuando llenamos de amor nuestras semillas financieras, cobran vida. Se convierten en el medio para liberar nuestra compasión.
Aunque nos anima el hecho de saber que Dios nos BENDECIRÁ, y que nos permitirá seguir dando, ésa no es nuestra motivación para ofrendar. Si damos con un corazón de amor, daremos nuestros diezmos y ofrendas ya sea que recibamos una cosecha o no. Lo haremos porque amamos a las personas y porque queremos que escuchen la PALABRA de Dios.
No estoy diciendo que todo aquel que aún no ha recibido una cosecha de su ofrenda, tuvo una motivación equivocada. Por supuesto que no, a veces damos en amor pero fallamos a la hora de recibir nuestra cosecha, pues no confiamos plenamente en el amor de Dios. Empezamos a pensar: “¡Cielos!… que gran ofrenda di. Vacié mi cuenta de ahorros. ¿Qué pasará si Dios no me BENDICE? ¿Qué voy hacer?”.
Nuestra fe desfallece, porque no comprendemos esta simple verdad, si el amor de Dios que está en nosotros, no permita que la necesidad de nuestros hermanos quede sin suplir. Entonces seguramente Su amor por nosotros, no permitirá que nuestras necesidades se queden sin suplir.
Entre más estudio acerca del amor de Dios, más consciente soy de que éste es la base de todo lo demás. Cuando nosotros confiamos en ese amor y vivimos conforme a éste, cada principio espiritual obrará de manera irrevocable a nuestro favor. Cuando vivimos conforme al amor de Dios, y creemos en ese amor, no podemos dejar de ser BENDECIDOS.