«El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley.»
(Romanos 13:10, NVI)
¿Quién es su prójimo? Su prójimo es la persona que está cerca de usted en este instante. Cuando usted está haciendo fila para entrar a un juego de pelota, su prójimo es el hombre que le dio un codazo, y al hacerlo obtuvo un mejor asiento. Cuando está esperando que le den lugar para parquearse en el súper mercado; su prójimo es la persona que se le atraviesa con su automóvil, y le quita el lugar que usted estaba esperando.
En la Biblia se nos enseña que el amor no les hace daño a esas personas. El amor los considera, y es sensible con ellos.
Eso suena fácil. Sin embargo, el hecho es que antes de considerarlos y ser sensibles con ellos, debemos ser conscientes que ellos están ahí. Es necesario que estemos lo suficientemente alertas en lo espiritual, como para notar que se encuentran ahí. Para lograrlo, debemos renovar nuestra mente, porque nuestra cultura nos ha entrenado para ser egoístas, al punto que ni siquiera podemos vernos unos a otros.
Es impresionante, pero las personas se dan cuenta de las cosas antes de ver a las personas. Admiran un automóvil costoso, y nunca ven a la persona que lo conduce. Contemplan los edificios, la ropa y las joyas e ignoran a las personas como si fueran insignificantes. Cuando adoptamos esa clase de criterio, estamos siendo engañados. Las personas son mucho más importantes que las cosas. Nunca use a las personas para obtener cosas. Use las cosas para BENDECIR, y mostrarles el amor de Dios a las personas.
La única manera en que podemos estar seguros de que no le estamos causando ningún daño a nuestro prójimo, es valorándolos lo suficiente para saber que están ahí. Tenemos que estimar a otros como nos estimamos a nosotros mismos. Debemos darles más importancia a las personas que a las cosas.
Nunca deberíamos tratar de manera despectiva a la persona que está sentada a nuestro lado en un juego de pelota o en el parqueo. Sin embargo, lo haremos sin darnos cuenta si no renovamos nuestra mente y ejercitamos nuestra consciencia de que ellos están ahí.
Por esa razón, vivir en amor requiere que cultivemos una consciencia del impacto que tienen nuestras palabras, y nuestras acciones en las personas que nos rodean. Si lastimamos los sentimientos de alguien porque le hablamos de manera severa (o ni siquiera les hablamos), no podemos excusarnos diciendo: “No me di cuenta que lo ofendí” o “estaba pensando en otra cosa, y no me di cuenta que estaba ahí”.
Si estamos viviendo en amor, no hablaríamos sólo por hablar; ni nos preocuparíamos tanto por nuestro propio bienestar. Veremos el dolor reflejado en el rostro de las personas, cuando les hablamos de manera abrupta. Los consideraremos más importantes que nuestros propios pensamientos, y los tomaremos en cuenta cuando pasemos frente a ellos.
El amor nos hará conscientes de los demás, y evitará que seamos negligentes al cuidar de ellos. Y éste se asegurará que no le hagamos ningún daño a nuestro prójimo.