«Sé misericordioso y compasivo conmigo SEÑOR, pues clamo a Ti a cada instante… Eres bueno SEÑOR y pronto para perdonar [nuestras ofensas, las cuales haces desaparecer de una vez y para siempre], eres abundante en misericordia y bondad con todos aquellos que te invocan.»
(Salmos 86:3, 5, AMP)
La Biblia describe al rey David, el hombre que escribió ese Salmo, como un hombre conforme al corazón de Dios. Creo que ése es uno de los más grandes elogios que una persona puede recibir. Sin embargo, hay muchas cosas de la vida de David que no nos gustaría imitar. Él cometió grandes errores, si usted estudia su vida en las Escrituras, descubrirá que pecó contra Dios de maneras obvias y hasta absurdas.
Obviamente, esas actitudes no hicieron que él mereciera ese título. Él lo mereció por la manera en que actuaba después de que se equivocaba. Cada vez que David pecaba, hacia lo mismo. Se arrepentía de todo corazón y se rendía ante la misericordia de Dios. En Salmos podemos leer que, en esos momentos, él le recordaba al SEÑOR Su misericordia, Su dulzura y Su disposición de perdonar.
David conocía, como nadie más en la Biblia, el verdadero corazón de Dios. Él entendía que Dios quería misericordia y no sacrificios (Mateo 9:13). Aún en los momentos más difíciles, cuando le había fallado al Dios que amaba, nunca se olvidó de la naturaleza de Dios.
Por esa razón, David fue un hombre conforme al corazón de Dios.
Por supuesto, a veces eran inevitables las consecuencias de sus pecados. Las cosas se desencadenaban a un punto donde ya no podían detenerse. Sin embargo, David no se desanimaba. En ningún momento, llegó a pensar que Dios lo abandonaría o lo atribularía. David no dejó de confiar en la misericordia de Dios, ni siquiera cuando cometió adulterio con Betsabé, ni cuando asesinó al esposo de ella ni tampoco cuando sufrió angustia cuando murió el bebé de su adulterio.
A pesar de la tristeza que experimentó, la luz de esa misericordia siempre brilló. Por esa razón, en la Biblia se nos enseña que después de que David consoló a Betsabé, ella concibió de nuevo, y Dios le envió un mensaje por medio del profeta Natán, él le dijo a David que su hijo, se llamaría: Salomón. El amado del SEÑOR (2 Samuel 12:25, AMP).
Como creyentes del Nuevo Testamento, tenemos menos excusas para pecar que David, pues aunque él era el ungido de Dios, no había nacido de nuevo. Por tanto, podemos aspirar a vivir una vida mucho más santa. Es importante recordar que no es sólo la pureza la que nos hará semejantes a nuestro Padre. Sino también saber que no existe delito que sobrepase Su compasión, ni pecado que sobrepase Su amor. Y debemos basarnos en la misericordia, no en los sacrificios, y hacer lo mismo con los demás. Eso hará de nosotros personas conforme al corazón de Dios.