«…Dios es amor. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios»
(1 Juan 4:8, 3:9).
Cuando disfrutamos de una vida de amor, disfrutamos de una vida libre de pecado. No porque seamos incapaces de pecar, sino porque el amor echa fuera el deseo de pecar. El pecado es egoísta, y el egoísmo no satisface a nadie más que a nosotros mismos; y siempre lastima a otras personas. Incluso, los pecados que los demás no notan, entristecen al Espíritu Santo. Por consiguiente, todo tipo de pecado infringe un corazón lleno de amor.
Las personas que intentan cumplir mandamientos religiosos sólo para mantenerse “en lo correcto”, siempre terminan en pecado. Llevan a cabo aquello que intentan no realizar. Eso se debe a que ellos aún se encuentran atrapados en un círculo de egoísmo, y el pecado les brinda la única satisfacción que pueden obtener.
Sin embargo, cuando vivimos en amor, la autosatisfacción no nos emociona porque no existe satisfacción en autosatisfacernos. Pues el amor se satisface cuando damos. A medida que viva en amor será un adicto en hacerle el bien a los demás. ¡Se conectará al amor para BENDECIR a los demás!
En 1 Corintios 16:15, leemos acerca de un grupo de creyentes que vivieron tanto en amor que «…se han dedicado al servicio de los santos». ¡Comprendo muy bien por qué lo hicieron! He obtenido los momentos más gratificantes de mi vida cuando la compasión de Dios ha fluido a través de mí en un nivel muy alto.
Recuerdo una reunión en la que el Espíritu Santo se movió a través de mí, a fin de poder ministrar a las personas con SIDA. Sentía el amor de Dios tan intenso en mi corazón, que orar por ellos no fue suficiente, sino también terminé abrazando a esas personas —aunque muchos de ellos ¡parecían no estar dispuestos a recibir un abrazo!—. Más tarde, me enteré que alguien llamó para solicitar un casete del servicio, y nos contó que fue completamente sanado.
Pienso en los momentos en que la compasión de Dios desciende sobre mí, y me impacta. Un día mientras permanecía a la par de una mujer que deliraba, estaba ciega y sus piernas estaban llenas de gangrena debido a la diabetes. El amor de Dios me invadió por completo, y sin darme cuenta, comencé a gritarle a esa enfermedad, ordenándole que se fuera en el nombre de Jesús. Mientras reprendía esa enfermedad, vi cómo sus piernas comenzaron a cambiar, ese color negro mortal a un rosado saludable. Tuve el privilegio de presenciar cómo sus ojos, una vez más comenzaron a ver.
Yo prefiero cinco minutos, obrando en la compasión y bajo la unción de Dios que ser el hombre más adinerado del mundo. Y no desaprovecharía ningún segundo por algún tonto pecado, no vale la pena. Después de todo, ¿qué puede ofrecerme el pecado? Si usted nace de Dios, vivir en amor le brinda la única y verdadera satisfacción que existe.