«Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera. Su descendencia será poderosa en la tierra; la generación de los rectos será bendita… resplandeció en las tinieblas luz a los rectos; es clemente, misericordioso y justo… no tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová.
Asegurado está su corazón; no temerá, hasta que vea en sus enemigos su deseo»
(Salmos 112:1-2, 4, 7-8).
Muchos piensan que una persona compasiva es alguien que mima y consciente los sentimientos de los demás cuando las cosas les salen mal. Creen que demostrar amor, en tiempos de calamidad, es sentir lástima por otros, acariciarles las manos y decirles: “Me siento muy mal por ti. Dios bendiga tu pequeño y frágil corazón”.
Sin embargo, de acuerdo con la Palabra, una verdadera persona compasiva no hace eso. Cuando el mal acecha y las circunstancias empeoran, el verdadero amor se niega a ser movido por las emociones del momento. Éste se aferra a la PALABRA por fe y permanece firme en ella hasta que derrota al diablo, y obtiene la victoria.
Por experiencia propia, sé que puede ser difícil. Sin embargo, por medio de la gracia de Dios, usted puede lograrlo. Hace algunos años, estábamos realizando la Convención de creyentes en Fort Worth cuando mi nieta, Jenny, sufrió un accidente automovilístico. En ese entonces, era sólo una niña; y sufrió serias heridas que tuvo que ser trasladada por avión a un hospital. El personal médico esperaba que muriera antes de que llegara.
Cuando me dieron la noticia, no lloré ni sentí lástima por esa bebé. Tampoco empecé a preocuparme ni a quejarme por lo triste que mi hija se sentiría si Jenny moría. Simplemente comencé a declarar la PALABRA. Cerré mi corazón a todos los informes negativos, y sólo me enfoqué en las promesas de Dios. Mantuve la PALABRA en mi boca y en mis oídos, hasta que mi corazón estuvo lleno de ella. No iba a permitir que mi mente pensara en algo más..
Por momentos, me cansaba de confesarla, e imaginé que las personas a mi alrededor también estaban cansadas. Pero eso no me importó. Tampoco permitiría que un cansancio físico o una emoción almática debilitaran mi postura de fe, y le dieran al diablo una oportunidad para robarme a mi nieta.
Si alguien me ofrecía su simpatía, le respondía: Gracias, pero no la necesito. Mi nieta vivirá, no morirá, y declaro las obras del SEÑOR.
Ella sobrevivió. Jenny está viva y se encuentra bien. Ella vive para Dios. Es la prueba viviente de que la compasión es más poderosa que los sentimientos. Es la demostración viva de lo que la fe y el amor pueden lograr.