«Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.»
(1 Pedro 3:8-9)
La idea que nosotros tenemos acerca del amor, a menudo es muy diferente a la de Dios. Pensamos que siempre y cuando no lastimemos a nadie ni le robemos nada a alguien, estamos viviendo en amor. Sin embargo, a Dios no le satisface esa forma de pensar. Él SEÑOR quiere que vivamos a diario en una interacción de amor. Él desea que el amor afecte incluso los detalles más pequeños de nuestra vida.
Por esa razón, Dios nos enseña en 1 Corintios 13:5, (AMP) que el amor no es grosero ni descortés; y no hace nada indebido. No es Emily Post hablando; tampoco es Miss Manners dándonos algunas sugerencias que podemos ignorar. Es Dios hablándonos a través de la Biblia, y requiriéndonos que seamos corteses con los demás. Es el Señor quien nos pide que no seamos groseros.
Incluso cuando estamos en un restaurante, y el servicio es malo… o cuando recibe una llamada de algún vendedor, ofreciéndole un producto mientras está cenando… cuando queremos con urgencia disfrutar algo de paz y silencio, y los vecinos están de fiesta… no en todas estas situaciones, debemos ser groseros. Si es necesario, podemos decir algo frente a esas dificultades. También podemos explicar el problema, y hacer una petición cortés. Sin embargo, al hacerlo debemos asegurarnos que lo estamos haciendo con amabilidad y en amor.
No debemos usar excusas. Ni tampoco podemos decir: “Sé que traté mal a la mesera, pero estaba tan irritado que no pude contenerme”. Ese tipo de razonamientos no deben existir. Si su jefe lo irritara, usted no actuaría de esa manera. No le diría: “¡Oye tonto! Este memo está lleno de errores. ¡Desaparécelo de mi escritorio!”.
Irritado o no, debe ser amable con su jefe. Y debe ser cortés, pues ese tipo de acciones le podrían costar el trabajo de una u otra manera. Con este ejemplo nos damos cuenta que usted puede controlar sus reacciones.
Debemos meditar en ese tipo de pensamientos el resto de nuestra vida. Tenemos que darnos cuenta que ser descorteces con las personas que nos rodean, podría costarnos caro. Podría costarnos nuestro testimonio como cristianos (¿Quién querría escuchar acerca del amor de Dios de una persona que ha sido cruel con ellos?). Y también, podríamos perdernos la oportunidad de hacer que el día de alguien más sea fantástico. Y lo más importante, le podría costar el privilegio de agradar al SEÑOR.
Mantenga eso en mente la próxima vez que algo vaya mal, y se sienta tentado a enfurecerse. No se engañe pensando que el SEÑOR pasa por alto esos pequeños arranques de ira. Cuando se trata de amor, Dios está interesado en los pequeños detalles de la vida cotidiana, pues esos detalles marcan la diferencia.