«Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.»
(Colosenses 3:22-24)
La Iglesia podría ganar grandes cantidades de personas para el SEÑOR, si los creyentes llevaran consigo el amor de Dios a sus lugares de trabajo. Las personas se están alejando del evangelio por causa de los cristianos que llevan su Biblia a la oficina mientras engañan a su jefe durante todo un día de trabajo. Es triste cuando los creyentes profesan su fe con sus compañeros de trabajo, y llegan tarde todas las mañanas, utilizan el horario de trabajo para encargarse de situaciones personales, invierten sus horas chateando con sus compañeros, y encima de todo ¡hablan mal de su jefe!
Un cristiano que se comporta de esa manera le daría más gloria a Dios dejando su Biblia en casa y manteniendo su boca cerrada hasta que aprenda a demostrar el amor y la integridad de Dios con su vida, y no sólo con sus labios. Es una declaración muy fuerte, pero así es. Conozco a un hombre judío, que durante años ignoró el evangelio a causa de los malos hábitos de trabajo de personas que conocía y que se hacían llamar cristianos. A pesar del testimonio de ellos, él fue salvo, pero no precisamente gracias a ninguno de ellos, ni por ellos.
Por otro lado, los creyentes que sí andan en amor en su trabajo, brillan como estrellas en una oscura noche. ¡Ellos predican sin pronunciar una sola palabra! Cuando alguien trabaja con diligencia y mantiene una buena actitud, atrae la atención de las personas. Es algo sorprendente cuando un empleado da el 110% en el trabajo —no sólo cuando su jefe está observándolo, sino también cuando no lo observa—.
Hablando a nivel general, el mundo de los negocios en estos días es uno de los lugares más despiadados que usted pueda encontrar. Éste es considerado un ambiente normal por los empleados que se menosprecian y traicionan entre sí en un esfuerzo por salir adelante. Para ellos criticar a los supervisores y a quienes ejercen puestos de autoridad es algo común.
Sin embargo, como creyentes, el amor de Dios nos hace actuar de manera diferente. Éste nos demanda que sirvamos a nuestros jefes con la misma devoción y excelencia con la que servimos al mismo Jesús. El amor de Dios producirá en nosotros que lleguemos un poco más temprano y que volvamos a tiempo después de la hora del almuerzo. También nos inspirará a expresarnos con amabilidad y respeto acerca de nuestros jefes y supervisores —enfocándonos en sus fortalezas y no en sus debilidades—.
Cuando andamos en amor en nuestro trabajo, nos olvidamos de la presión que debemos ejercer para obtener nuestro propio éxito; y buscamos formas de contribuir al éxito de los demás, mientras confiamos en que el SEÑOR traerá nuestra recompensa, ésta vendrá. Y la veremos, no sólo a través de incrementos salariales y ascensos, sino en almas ganadas para el SEÑOR. Y ésa es la mayor recompensa de todas.