«Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de
ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y
toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas;
porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros
pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies. Entonces
llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos,
para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia»
(Mateo 9:35-10:1).
Muchos cristianos desean vivir bajo el poder y bajo la unción de Jesús. Casi todos nosotros anhelamos realizar las obras que Él hizo. Pero en ocasiones, olvidamos el verdadero propósito de esas obras. No recordamos que la unción no vino sobre Jesús para que tuviera un ministerio grande, ni tampoco para impresionar a las personas y demostrarles que Él era el Hijo de Dios.
Dios lo ungió, a fin de que Él pudiera demostrarles el amor del Padre a las personas. El SEÑOR invistió de poder a Jesús para que llevara misericordia, sanidad y liberación a los necesitados. El amor de Dios fue la razón de crear la unción, y la compasión fue la que le dio vida.
La misericordia inspira la compasión, y es una fuerza impresionante. La compasión hará que un padre salte a un ardiente infierno para salvar la vida de su hijo. Hará que una persona desarrolle el fuerte instinto de estar determinada a proteger, apoyar o proveerle a alguien; al punto de que nada puede detenerla.
Cuando la compasión actúa, toma de Dios cada don del Espíritu que se requiere para suplir las necesidades de alguien. Actúa de inmediato, toma el poder de Dios y libera Su unción para aliviar el sufrimiento y llevar liberación a las personas que con desesperación la necesitan.
Cuando Jesús vio las grandes multitudes, y se dio cuenta que Él no podía ministrarlos a todos; la compasión fue la fuerza que lo motivó a llamar a Sus discípulos, Jesús les entregó el poder sobre espíritus inmundos, y para sanar toda clase de enfermedades. No lo hizo con el fin de obtener más fama o para expandir la dimensión de Su organización. Tampoco lo llevó a cabo para que Sus discípulos se sintieran bien con ellos mismos, y para que tuvieran una reputación como hombres de fe y de poder. Lo hizo porque deseaba desesperadamente suplir las necesidades de las personas. El amor lo motivó a hacerlo.
Hoy en día, nuestra motivación debe ser la misma. Mientras más actuemos motivados por el amor de Dios, más actuaremos bajo Su poder y bajo Su Unción. El amor es la razón de todo.