«Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros…»
(Romanos 6:13-14)

Aunque la vida de Jesús produce en nosotros el fruto del amor, no cometamos el error de pensar que podemos quedarnos sentados, y dejar que el SEÑOR haga todo. Así como el árbol de manzana no adquiere la responsabilidad de la rama, produciendo las manzanas directamente de su tronco; Dios tampoco tomará la responsabilidad de producir el fruto en usted.

Jesús es quien le provee el poder y la vida,  sin embargo, usted es quien debe rendirse a esa vida. Por voluntad propia, deberá permitir que el fruto que Dios depositó en su interior, se manifieste por sí solo en el exterior.

Por ejemplo, si alguien le dice algo desagradable, usted tendrá dos opciones: Rendirse al enojo de su carne y contestar algo desagradable, o rendirse a su espíritu y responder en amor.

La opción que tome, se determinará por dos factores. La primera, por supuesto, es la decisión que usted tome. La segunda es la condición de su corazón.

Si usted ha descuidado su tiempo con Dios por pasar horas frente al mundo del entretenimiento, en lugar de ponerle atención a la PALABRA; se encontrará muy débil para obedecer la voz del Espíritu.  Aunque el deseo de su corazón sea actuar en amor, su carne ganará la lucha contra su desnutrido espíritu, y usted arremeterá en enojo contra la persona que le hizo daño.

Pero, si ha permanecido en comunión con el SEÑOR, su corazón estará fuerte y lleno de la energía espiritual necesaria para gobernar su carne, y dejar que el amor fluya. ¡Podrá hacer la elección correcta, y el amor de Jesús alcanzará a otros a través de su vida!  Ese amor puede ser la ruta por la cual las personas descubran el amor de Jesús por sí mismas. Somos cartas vivientes del amor de Dios para los demás (2 Corintios 3:2-3).