«Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor…»
(Hebreos 12:22-24)
Cuando un creyente comprende el amor de Dios y forma parte del pacto de redención que el amor le ha provisto, su manera de hablar cambia hacia las demás personas. Deja de invertir su tiempo hablando de las circunstancias naturales y de los problemas que lo rodean, y en lugar de eso invierte su tiempo hablando de lo que ese pacto le provee.
Ese tipo de creyente declara todo el tiempo: “Gracias a Dios. Estoy sano. Él lo afirmó en su PALABRA. Yo lo creo y se cumple”.
Quizá alguien pueda preguntarle: “¿Cómo puedes decir eso, si andas por ahí cojeando? ¡Todos pueden ver que no estás sano!”.
Yo le diré por qué él puede hablar de ésta manera. Puede declararlo porque su mente está enfocada más en el pacto que en sus circunstancias. La PALABRA de Dios es más real en su corazón de lo que puede ver, oír o sentir en el mundo natural. Es decir, su mente está anclada a su pacto con Dios.
Mientras que otras personas piensan en sus síntomas o en sus difíciles situaciones, este creyente está pensando en lo que Dios le ha dicho. Medita en la sangre de Jesús que fue derramada, a fin de ratificar esa PALABRA en su vida. Piensa en los ángeles que han sido enviados como siervos ministradores para ayudarle a cumplir esa PALABRA a su favor. También medita en todos los hombres y mujeres de pacto que existieron antes de él, quienes confiaron en la PALABRA y la vieron cumplirse en su vida. Personas de fe como Abraham, quien «…habiendo esperado con paciencia, [y] alcanzó la promesa» (Hebreos 6:15).
Cuando una persona con esa actitud declara: “¡Gracias Dios, soy sano!”, o expresa: “Ésta es la victoria que vence al mundo, y ¡es mi fe!”, no está hablando por su propio ego ni está confiando en sí mismo, sino en Dios. Él está hablando basado en la fe del poderoso amor de sus compañeros de pacto. Se siente tan seguro en ese amor que llama las cosas que no existen como si existieran (Romanos 4:7) sin siquiera acobardarse.
Esa persona no expresa estas declaraciones intentando hacer que sucedan. Sino las declara porque se encuentra establecido en el amor, en el poder y en la fidelidad de Dios, y en lo que a él respecta, éstas ya se han cumplido. No tiene que verlas para creerlas. Lo sabe porque cree que ciertamente verá LA BENDICIÓN que el Padre ha prometido. A esto se le llama ser firmado, sellado y librado por el pacto de amor.