«Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.»
(Mateo 27:27-31)
Como creyentes, tenemos un pacto que ha sido ratificado en la sangre de Jesús. Cada provisión descrita en la PALABRA y cada promesa que Él estipuló en la Biblia, ha sido establecida para siempre en Su preciosa sangre. Jesús siendo el sacrifico del pacto de Dios por nosotros, se convirtió en la garantía de nuestra divina bendición. Su sangre dio fin a todo debate, y estableció para siempre el hecho de que el Padre nos ama y ha prometido proveernos todo lo perteneciente a la vida y a la piedad.
Al comprender esa revelación, prácticamente le parecerá algo profano cuando escuche a alguien decir: “Yo no sé si la voluntad de Dios es sanarme. Ni estoy seguro de que Él vaya a suplir mis necesidades”. Y quizá también podría argumentar: “En realidad no creo que la sangre de Jesús signifique tanto. Después de todo, Dios es soberano. Él puede decidir romper Su promesa e ignorar la sangre”.
Usted ni siquiera podría pensar en algo así, y mucho menos expresarlo. Su corazón estará anclado, su mente establecida con firmeza y todo su ser estará cimentado en la fe. Cada vez que piense en la PALABRA, recordará la sangre y estará plenamente confiado en que Dios hará por usted lo que ha prometido.
Sin embargo, para comprender este punto, debe meditar en lo que sucedió en la Cruz. Concéntrese al punto que se vea ahí parado en El monte Calvario. Medite tanto en eso que pueda sentir el olor del calabozo donde Él fue azotado, y pueda ver la carne desprenderse de Su cuerpo mientras que se forman en Su espalda las llagas por su sanidad.
Permita que el Espíritu Santo le ayude a escuchar el sonido del martillo golpeando esos clavos sobre Su cuerpo y vea la sangre que brota de Sus heridas, mientras la risa y la burla de los hombres ignorantes y pecadores contamina el aire. Véalo colgado de la Cruz, y recuerde Gálatas 3:13-14: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu».
Permita que la sangre del pacto eterno realice en su interior aquello para lo cual fue diseñada. Deje que ésta resuelva para siempre cualquier pregunta que pueda tener acerca del amor de Dios. Permítale que elimine toda duda y lo deje plenamente convencido de que Él siempre cumplirá Su PALABRA en usted.