«Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección.»
(1 Tesalonicenses 1:4)
Es maravilloso ser escogido.
Cada niño que ha estado en la clase de deportes, esperando a que los mejores atletas de la clase escojan a los integrantes de su equipo; sabe cuán maravilloso es que lo escojan. Cada actor y músico que intenta ingresar al grupo de actuación o a la banda de la escuela, sabe qué se siente estar parado frente a la pizarra de anuncios, y buscar con ansias su nombre para saber si fue escogido.
La mayoría de nosotros, en algún momento u otro, hemos experimentado la vergüenza y el dolor que se siente, cuando deseamos que nos seleccionen; y a pesar de agitar nuestras manos y de gritar: “¡Escójanme! ¡Escójanme!”, no somos elegidos. La mayoría de nosotros sabe qué se siente ser despreciado y rechazado; mientras vemos a otro ocupar el lugar que tanto deseábamos. Sabemos qué se siente querer ser mejores y más valiosos, a fin de que “algún día, alguien nos escoja”.
Por esa razón, el mensaje más grande que hemos escuchado es el mensaje del evangelio. Pues representa las buenas nuevas que cada uno de nosotros estaba esperando: ¡Alguien me escogió!
No es cualquier alguien… sino el Dios todopoderoso. El Creador eterno, el más Excelso, el más Maravilloso, el altísimo Dios quien nos escogió, desde antes de la fundación del mundo. El SEÑOR nos vio a través de todos los tiempos, y nos vio en la peor de las condiciones; pues nos observó cayendo de la gloria a las tinieblas de pecado. Sin embargo, nos amó tanto que expresó: “Yo lo escojo”.
Nadie le pidió a Dios que nos escogiera. Nadie le pidió a Jesús que fuera a la Cruz; pues la humanidad no comprendía el plan de redención, ya que éste era un misterio desconocido en Dios. Fue Dios quien decidió salvarnos. Fue Él quien le pidió a Jesús que derramara Su sangre, a fin de sacarnos de las tinieblas y llevarnos a la luz eterna de Su familia.
Permita que la gran magnitud de esa revelación inunde su manera de pensar. Dios ya lo seleccionó, lo escogió antes de que usted lo conociera a Él, antes de que usted fuera justo, y antes de que usted aceptara a Jesucristo como su SEÑOR.
Recuerde esa verdad, la próxima vez que sienta la tentación de agitar su mano, y declarar “SEÑOR, ¡escógeme para ser sano! ¡Elígeme para recibir LA BENDICIÓN¡ ¡Escógeme para ser próspero!”. Recuerde que Dios lo escogió antes de la fundación del mundo. Él ya lo eligió para que naciera de nuevo, para que viva en bienestar; lo seleccionó para que fuera próspero, y lo eligió para ser más que vencedor en cada área de su vida.
Por tanto, deje de clamar y comience a regocijarse. Dé un grito de júbilo, y exprese: Gracias Dios, ¡Por escogerme!