«Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.»
(Mateo 9:10-13)
En los días de Jesús, el grupo de personas más despreciables sobre la Tierra eran los fariseos. A este grupo de personas, Jesús los reprendió con mayor severidad. Le advirtió a Sus discípulos que no fueran como ellos: «Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mateo 23:4).
Esas palabras revelan el error en el que incurrían esas personas: No tenían misericordia de los pecadores.
Para un fariseo, un pecador era la persona más corrompida que existía sobre la faz de la Tierra. Si uno de ellos se encontraba con un pecador en el mercado y pasaba al lado de éste rozándolo, iba directo a su casa a tomar un baño y a lavar su ropa. Y, se justificaban, creyendo que Dios odiaba a los pecadores tanto como ellos.
Cuando Jesús enseñó que el cielo se regocija por el arrepentimiento de un pecador, esa declaración contradijo por completo sus tradiciones. Ellos rechazaron el concepto de que existiera tal misericordia. ¿Por qué? En primer lugar, porque pensaban que no la necesitaban. Erróneamente creían que sus obras religiosas les habían otorgado un lugar a la diestra del Padre. Y no se percataban de que la misericordia de Dios era la que los mantenía vivos. Y tampoco comprendían que eran los peores pecadores.
El primero que recibió esa revelación fue el apóstol Pablo. Él se llamaba a sí mimos el peor de los pecadores (1 Timoteo 1:15), pues antes de nacer de nuevo, no tenía misericordia. Pablo pensaba que los cristianos estaban equivocados, por tanto, tenía que encarcelarlos y matarlos. Ya que no tenía misericordia de ellos.
Ante Dios, una persona que no tiene misericordia es el pecador más grande de todos. Por tanto, como hijos de Dios, ésa es la única falta de la cual debemos cuidarnos. No caigamos en la trampa de los fariseos. Nunca debemos despreciar a alguien por haber sido presa del pecado.
Al contrario, siempre recordemos que todos hemos pecado, y hemos caído de la gloria de Dios. Tengamos presente que Él nos ama a pesar de cómo seamos. Y debemos estar siempre preparados para demostrar la misericordia que Él nos ha dado.