«Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.»
(Romanos 8:12-14)
Si aprendemos a ser guiados por el Espíritu Santo, disfrutaremos una vida de amor. De hecho, podemos ver la medida real de cómo somos guiados por el Espíritu, a través del amor que fluye de nosotros en nuestra vida diaria. Puesto que Dios mismo es amor, Su Espíritu siempre nos guiará para ser amables y gentiles con las personas. Él nos permitirá verlos, brindarles una cálida sonrisa y decirles hola, en lugar de pasar delante de ellos de forma grosera cuando nos dirigimos a “servirle al SEÑOR”.
El Espíritu Santo también aumentará nuestra vida de amor guiándonos para negarnos (o como se afirma en este pasaje: darle muerte) a nuestra carne cuando ésta se levante y desee actuar de manera egoísta y en desamor. Cuando nuestro cuerpo esté cansado y nos sintamos malhumorados y molestos con los demás, el Espíritu Santo nos guiará para negarnos a que estos sentimientos nos gobiernen. Él nos dará la sabiduría y la fortaleza para someter a nuestro cuerpo y hacerlo obedecer la ley del amor.
Algunas personas parecen no comprenderlo. Piensan que lo único que se necesita para vivir en el espíritu de forma exitosa es decir sí a Dios de todo corazón cuando oran: “Oh, SEÑOR. En realidad deseo disfrutar una vida de amor. Me rindo por completo ante Ti. Ayúdame, SEÑOR, a ser más amoroso hoy”.
Esa oración es buena y es maravillosa… pero sólo es una parte. Si vamos a vivir en amor, no sólo debemos decirle sí al SEÑOR, pues debemos, a través de Su gracia, ¡expresar un NO igualmente poderoso! a las presiones de la carne. Una vez que le hayamos pedido al SEÑOR que nos ayude, ¡eso será lo primero que Él nos guíe a realizar!
En la PALABRA leemos que los deseos de la carne son contrarios a los del espíritu. Eso significa que si permite que su carne haga lo que desea, jamás vivirá de manera consistente en amor. Por tanto, cuando nuestra naturaleza carnal comience a poner demandas sobre nosotros, debemos levantarnos en el espíritu y sujetarla a la PALABRA. Declaremos: ¡Carne, no! No harás eso. ¡Detente, en el nombre de Jesús!
Tenemos que seguir el ejemplo del apóstol Pablo quien manifestó: «…golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Corintios 9:27). Al decir sí al espíritu y no a la carne, seremos aptos para ministrar a otros, y disfrutaremos la vida de amor.