«Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.»
(Juan 8:44)
Vivir en amor significa más que sólo ser amable y dulce con las personas. Significa decirles la verdad con las mejores intensiones de su corazón, es decir, negarse a mentirles.
Con el pasar de los años, me he sorprende ver con cuánta frecuencia mienten las personas cristianas: “Lo siento, no pude ir a su reunión la otra noche, hermano Copeland. Le aseguro que deseaba asistir, pero se me dificultó hacerlo”. A veces, en el espíritu, sé que no están diciendo la verdad. Jamás pretendieron asistir a la reunión. Ellos deseaban quedarse en casa y mirar televisión. Eso en realidad no me molesta, pero que mientan al respecto, sí. Me gustaría que me respeten lo suficiente como para decirme la verdad.
Si vamos a ser personas de amor, debemos ver la mentira desde otra perspectiva; pues es necesario que comprendamos que el mismo diablo es el padre de la mentira. La primera vez que él aparece en la Biblia, está mintiéndole a Adán y a Eva diciéndoles que la PALABRA de Dios no es verdad; y luego les da un consejo afirmándoles que los bendecirá.
Y por supuesto, no fue así, pues él es un engañador. El enemigo le prometerá todo para obtener lo que usted tiene, y luego no le dará nada a cambio. El diablo es el padre del pacto de la falsedad. Es el creador de la palabra en la que no se puede confiar.
Como cristianos, debemos rechazar cualquier tipo de relación con la mentira. Es necesario que odiemos tanto mentir, al punto que tengamos que eliminar cada indicio de mentira en nuestra vida. En lugar de ser las peores personas en el mundo con las cuales se quiera hacer negocios (como ha sido en el pasado), los cristianos tenemos que ser los mejores candidatos con los que deseen negociar.
Nuestra palabra tiene que cumplirse, aún cuando la de nadie más se cumpla. Los creyentes no deben alegrarse por realizar negocios con un apretón de manos, sino deben insistir en firmar documentos, realizar contratos y darles una copia a todos los involucrados. Se debe hacer no porque necesiten un documento escrito que los obligue a cumplir su palabra, sino porque son cuidadosos. Y anhelan llevar a cabo todo lo que prometieron al punto de tenerlo por escrito, a fin de asegurarse de no olvidar ningún detalle.
En lugar de buscar la manera de no cumplir nuestra palabra, debemos ser como Dios —quién está absolutamente determinado a cumplir Su palabra a plenitud—. Nuestro Dios es el Padre del amor, no el padre de la mentira. Por tanto, desechemos las mentiras y seamos como Él. En situaciones grandes o pequeñas, digamos la verdad.