«Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.»
(Colosenses 3:8)
Cuando permitimos que el amor nos gobierne, lo primero que debemos hacer es tomar autoridad sobre nuestro propio temperamento. En lugar de permitir que nuestro temperamento nos gobierne, nosotros debemos gobernarlo.
Si nos damos cuenta que no podemos lograrlo, quizá sea porque no estamos esforzándonos del todo. Tratamos de contenernos delante de las personas con quienes nos relacionamos, pero cuando estamos solos le damos rienda suelta a nuestra ira. Cuando el automóvil no enciende, y vamos tarde al trabajo, golpeamos el tablero y llenamos el ambiente con palabras hostiles. Cuando la computadora no funciona bien, cerramos las gavetas del escritorio de manera violenta y hacemos comentarios desagradables, pensando que a nadie le importa porque nadie escucha.
Sin embargo, esas expresiones sí importan pues cada vez que cedemos ante la ira y el enojo, los estamos poniendo en práctica. Y mientras más los practiquemos a solas, más fácil será que les evidenciemos delante de los demás. Cuando desarrollamos el hábito de golpear los tableros, y de cerrar la gavetas con violencia; será inevitable que éstos resurjan cuando otras personas nos irriten. Y nos encontraremos haciendo y diciendo, cosas de las cuales nos arrepentiremos.
Además, al ceder ante la ira y a la impaciencia; aún en las cosas más pequeñas, contristamos al Espíritu Santo. No podemos vivir con Él, mientras nos rindamos a la carne. El SEÑOR me habló al respecto hace años, cuando estaba orando en el espíritu y preparándome para un servicio. Me mostró la visión de una tubería que estaba tan llena de basura que no podía fluir agua a través de ella, y sólo rociaba pequeñas gotas de este vital líquido.
Entonces el SEÑOR me dijo: Esa tubería es tu espíritu, el fluir es Mi gloria; y Yo quiero que Mi gloria fluya a través de ti.
Y le pregunté: «¿Qué es toda esa basura que está obstruyendo mi tubería?».
Son los pecados de ira y problemas de temperamento que no has confesado. Ese tapón se construyó por todas las veces que has hablado con enojo o las veces que con ira has tirado tu portafolio al suelo porque olvidaste algo. Cuando tienes problemas con alguien, te arrepientes y arreglas la situación. Pero al permitir que surjan en ti esas actitudes has contaminado el río del espíritu que fluye a través de ti.
Corregí algunas cosas ese día. Me arrepentí, y limpié mi tubería espiritual. Desde entonces, me comprometí a velar por mis pensamientos, por mis palabras y por mis acciones —no sólo cuando otros están presentes, sino cuando Dios y yo estamos solos—. Me he determinado practicar cómo rendirme al amor todo el tiempo; no sólo cuando se trate de un automóvil o una computadora, sino cuando el corazón de las personas está en juego. Decidí que haría las cosas bien, y que cultivaría el hábito de vivir en amor.