«El siguiente día de descanso, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que lo oían quedaban asombrados. Preguntaban: «¿De dónde sacó toda esa sabiduría y el poder para realizar semejantes milagros?». Y se burlaban: «Es un simple carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros». Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer en él. Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y sanarlos.»
(Marcos 6:2-3. 5, NTV)
Es imposible vivir en amor cuando se siente ofendido con otra persona. Sin embargo, ¿ha considerado que su vida de amor también se ve afectada cuando se ofende con Dios? Cuando comienza a culparlo por las cosas que andan mal en su vida, diciendo: “No sé porque Dios permite que esto me pase a mí…”. Tomar esa actitud lo aparta del amor, y al entrar en contienda; usted se dirigirá hacia la nada.
Si lo analiza, se dará cuenta que enfadarse con Dios es una de las cosas más insensatas que podemos hacer. En la Biblia se nos enseña con claridad, que Él es perfecto en todos Sus caminos (Deuteronomio 32:4). Dios jamás se equivoca. Él siempre es bueno y actúa justo a tiempo. Por tanto, si las cosas no están funcionando, debemos examinarnos. También necesitamos escuchar las palabras que confesamos con nuestra boca, pues generalmente cuando hay un problema; podemos encontrarlo en nuestras confesiones. Entonces descubriremos que nos hemos rendido ante la presión de nuestra situación, y que hemos comenzado a hablar duda y temor, en lugar de confesar la PALABRA de Dios. Nos daremos cuenta de que hemos impedido que el SEÑOR realice poderosas obras a nuestro favor, debido a nuestras propias palabras de incredulidad.
Esa actitud tomó la gente en Nazaret cuando Jesús estuvo allí. En lugar de amarlo y apreciar el poder de Dios que obraba en Él, se ofendieron. Pues el Mesías no actuó como ellos esperaban. Jesús no hizo ni dijo las cosas que ellos pensaron que haría. Por consiguiente, se ofendieron y se negaron a confiar en Él.
Sin duda, eso entristeció al Señor; sin embargo, ¿sabe usted quien pagó el precio más alto en esa situación? La gente de Nazaret. No recibieron su sanidad ni los milagros que Jesús deseaba realizar entre ellos. Tampoco recibieron la liberación que necesitaban. ¡Y todo porque se ofendieron!
La próxima vez que sea tentado a enfadarse con Dios, y a molestarse con Él por algo malo que le haya sucedido; rechace la tentación de ofenderse. En cambio, siga amando al Señor y confiando en Él. Continúe confesando Su bondad, crea en Su Palabra, ¡y Él realizará poderosas obras para usted!