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mayo 19, 2014

Volver a Sus caminos (por Melanie Hemry)

5-14_profileBela Megyery cargó su arma y la guardó en su pantalón —ceñida contra la parte baja de su espalda—. A sus 21 años, él era un completo adicto a la heroína. Y también era consciente de su situación económica. Gastaba USD $200 al día, y su adicción le costaba USD$1.400 a la semana y USD $73.000 al año. Todo eso sin incluir un solo tanque de gasolina, ni un bocado de comida.

No era inconcebible. Él había sido un vago desde niño, faltando a más clases de las que asistía, mirando dibujos animados mientras sus padres trabajaban, y construyendo casas en los árboles a la orilla del ferrocarril, en una de las áreas más hostiles de Chicago.

Él se había aprovechado de sus padres, los cuales habían escapado de la revolución húngara en 1956 como refugiados, y lo habían traído siendo un niño pequeño a un país cuyo idioma no hablaban. Incluso, si veían las notas que les mandaban los maestros, no podían leerlas.

Pero su falta de interés en la escuela, no le impidió aprender.

Su situación económica era mala. Y él no ganaba suficiente dinero para mantener su adicción trabajando con sus padres en su negocio de comidas empresariales a domicilio. A su parecer, sólo le quedaba una opción.

Debía robar para obtener dinero.

No le agradaba la idea de robarle a gente honesta, así que se le ocurrió un plan brillante. Necesitaba grandes sumas de dinero, y drogas.

Pero, ¿quiénes tenían eso?

Los traficantes.

Así que ¡robaba a los traficantes de drogas!

A nadie le importaba si le robaba a ellos. Y era muy poco probable que ellos llamaran a la policía para reportar el crimen.

Bela acumuló una gran cantidad de dinero en efectivo para sus ahorros, y quería más.

Sólo que en esta ocasión, el robo no salió según lo planeado.

“Devuélveme la plata” le ordenó el traficante con una voz suave, y tan peligrosa como el sonido de una serpiente cascabel.

Disparó primero por encima de la cabeza de Bela, pero él estaba tan drogado que hizo caso omiso de la advertencia. Las drogas corrían por sus venas y Bela atacó al hombre.

Luego, ¡una bala, lo impactó y él cayó al piso!

De camino al hospital, y aferrándose a la vida por un filamento más delgado que la aguja que utilizaba para inyectarse heroína, la historia de su vida pasó por su mente como un video. Se vio a sí mismo en su infancia en Hungría. Recordó cuando sus padres lo trajeron a Estados Unidos para disfrutar una vida mejor. También recordó lo detalles de su niñez… luego su adolescencia.

En algún profundo lugar de su subconsciente, Bela comprendió que su vida estaba pasando ante sus ojos. ¡Ésto es lo que ves antes de morir! Reuniendo todas sus fuerzas, gritó una palabra: “¡Jesús!”.

La secuencia de imágenes se detuvo. Todo se detuvo.

Una tumba abierta

“No sé por qué exclamé el nombre de Jesús” —admite Bela—. “No era cristiano. Mi familia era católica, y sólo íbamos a la iglesia en víspera de Navidad. Pero gritar ese nombre marcó en mí una diferencia. Cuando recobré el conocimiento, un médico se encontraba inclinado cerca mío, y me dijo que había estado a unos milímetros de la muerte cuando me llevaron al hospital”.

“Esa experiencia no cambió nada en mí. Necesitaba más y más heroína sólo para sentirme una persona normal. Me inyectaba y tomaba todo lo que caía en mis manos. Era miembro de una pandilla y me había convertido en una persona violenta”.

Por años Bela había intentado dejar la heroína, y en ese intento le prescribieron metadona.

“Es más difícil dejar de consumir metadona que la misma heroína” —relata Bela— “Fui adicto a la heroína por 3 ½ años, y otros 7 ½ años a la metadona. Entre más años duraba mi adicción, más desesperanzado me sentía acerca de ser libre algún día.”

Bela no había notado la sombra de tristeza que manchaba los ojos de su madre, o la forma temerosa en que lo miraba, porque ella sabía todo acerca de él. Ella observaba cómo desperdiciaba su vida, desvaneciéndose poco a poco.

A los 28 años, Bela se dirigía hacia la tumba. Parecía un refugiado de la guerra. Su cadera era tan delgada que apenas podía sujetar sus pantalones.

Desesperada, su madre oró: “Dios, él va a morir, y no sé qué hacer al respecto. Tú me lo diste, ahora yo te lo entrego a Ti”.

Ella no escuchó una voz audible, pero recibió un mensaje en su corazón. Bela recordó las palabras que un día le dijo su difunta madre.

“Él será un hombre de Dios. Un día él le predicará a millones de personas.”

Ella miraba a Bela con su pistola en sus pantalones y cuando caminaba hacia la puerta, le decía:

“¡Dios va contigo! ¡Serás un hombre de Dios!”

“Sí, claro”, él le respondía.

Cuando su vecino le hablaba acerca de las personas con las que andaba Bela, su madre no lo escuchaba.

“¡Él será un hombre de Dios!” —replicaba su madre—. “Un día él le predicará a millones de personas”. El Señor le había dado esperanza para creer por su hijo, y ella se negó a confesar cualquier cosa contraria acerca de él.

Una vida nueva

En 1983 Bela se convirtió en el líder de una pandilla. Era respetado, poderoso, y tenía muchas mujeres a su alrededor. Sin embargo, le había robado al traficante incorrecto —uno que sí llamó a la policía—. Bela fue arrestado y posiblemente pasaría tiempo en la cárcel.

Desesperado por obtener respuestas, Bela decidió ir a una librería cristiana. Mientras se encontraba allí, una amiga le presentó a su pastor: “¿Qué te impide entregarle el control de tu vida a Jesús ahora mismo?”, le preguntó el pastor.

“Nada”, respondió él.

“Cuando le entregué mi corazón a Jesús, sentí como si hubiera vuelto a la vida” recuerda Bela. “En el instante fui libre de mis adicciones”. Al día siguiente, alguien me ofreció un cigarrillo de marihuana, y no lo acepté. Les dije a las mujeres que no me volvieran a llamar. Ya era un hombre diferente”.

“El pastor que me llevó a los caminos del Señor me habló de los Ministerios Kenneth Copeland y me convertí en un colaborador. Me alimentaba de la Palabra de Dios, escuchaba cintas y leía libros. Me involucré en una iglesia y presencié sorprendentes sanidades y milagros. Oramos por una mujer que tenía un tumor del tamaño de un pomelo, y cuando le iban a efectuar la cirugía, éste había desaparecido. Incluso, el médico pensó que le habían llevado a la paciente equivocada”.

“Finalmente, fui libre de las drogas y mi vida era maravillosa”.

Por casi cinco años Bela vivió en el gozo y la libertad que su nueva vida le trajo. Pero luego, las cosas comenzaron a cambiar.

“Sabía que cuando eres libre de la adicción a las drogas, debes conservar esa libertad”—expresa Bela—. “No puedes fumar, ni beber”. Lo que me metió en problemas, fue el billar. Yo sólo quería jugar. Por supuesto, la mesa de billar se encontraba en un bar, pero me convencí a mí mismo de que podía jugar allí, e ingerir bebidas sin alcohol. Lo hice una o dos veces, y después pensé que quizá podía beber sólo un vaso.”

Pronto, un vaso se convirtió en dos, dos en tres, y así sucesivamente.

“Fui cuesta abajo rápidamente, y sin darme cuenta estaba inhalando cocaína” describe Bela. “Había vuelto a mi adicción y a mi antiguo estilo de vida. Empaqué mis libros, mis cintas y mis Biblias, y las guardé en el armario”.

Escondite secreto

Cuando Bela conoció a Christina, era como mirar a dos trenes a punto de estrellarse. A sus 17 años, Christina ya era alcohólica, adicta a las anfetaminas y a la fenciclidina por varios años. Sus padres habían sido alcohólicos, por tanto, no había estabilidad en su hogar. Un año antes, la madre de Christina había fallecido en un accidente de moto.

Despreocupada, Christina celebraba toda la noche y dormía todo el día. Detestaba estar sobria, pero de cualquier forma —drogada o sobria— se sentía desesperada. Seis meses antes de conocer a Bela, Christina había clamado en su desesperación: “Dios, si existes, dime cuál es el propósito de mi vida, porque no deseo seguir viviendo”.

Juntos, Bela y Christina bebían, festejaban y se drogaban. Luego, un día en noviembre de 1990, Christina estaba examinando el armario de Bela, cuando encontró una caja de libros y cintas de KCM. Ella tomó un libro y lo leyó de principio a fin. En el reverso, encontró la oración de salvación, y la repitió.

Cuando Bela volvió a casa y vio a Christina, supo que algo le había sucedido. Ella… resplandecía.

“¿Adivina qué me pasó?” —le dijo Christina.

“Sé con exactitud qué pasó contigo.”

“¿Qué?”

“Has nacido de nuevo.”

“¿Cómo lo supiste?”

“Porque soy cristiano.”

“¿Qué? ¿Si eres cristiano, por qué vives de la forma en que lo haces?”

“Porque me aparté del Señor.”

“¿Qué significa eso?”

“Es difícil de explicar. Soy cristiano, pero volví a mi antiguo estilo de vida.”

“¡Oh!” —exclamó Christina, reflexionando en sus palabras.

Entonces ella se emocionó y exclamó: “Si te apartaste, ¿por qué no vuelves a Sus caminos?”.

Cambiando de dirección

¿Volver a Sus caminos? ¿Quién ha escuchado tal cosa?

Bela casi se río, pero se contuvo. El odiaba su estilo de vida. ¿Por qué no podía hacer lo que ella decía? Simplemente… volver a Sus caminos.

Mientras más lo pensaba, mejor le parecía la idea. Había sido sencillo apartarse… ¿sería igual de fácil volver?

Christina había repetido la oración del pecador. Él sólo debía arrepentirse, y volver a Sus caminos.

Bela admite: “Dejé de nuevo las drogas, pero caí otra vez un par de veces. Luego, un día Christina dijo: ‘Hay algo posado en ti. Hay algo justo encima tuyo’. Yo le pedí que tomara autoridad sobre eso en el nombre de Jesús, y que lo echara fuera. Así lo hizo, y ahora he estado sobrio por 23 años.”

Poco tiempo después, Bela y Christina se casaron, se hicieron miembros de una iglesia local, y comenzaron a alimentarse de la Palabra de Dios. Continuaron siendo colaboradores de KCM, y mirando a diario el programa de televisión La Voz de Victoria del Creyente. Compraron cintas y libros para enriquecer su vida espiritual, y se sumergieron en ellos.

Christina declara: “Cuando le entregué mi corazón a Jesús, fui libre al instante. Dios me dio el poder para resistir las drogas y el alcohol. También fui libre del hábito de fumar dos paquetes y medio de cigarrillos al día. Nunca volví a beber o drogarme; sin embargo, Dios me mostró que si quería permanecer libre, debía dejar a mis dos mejores amigos. Fue muy difícil dejarlos para mí, pero ellos no deseaban cambiar, y sabía que a su lado, no iba a permanecer sobria”.

“Bela y yo empezamos a tener hijos, y nuestra vida era buena. Lo único que no había cambiado era ese dolor emocional que sentía. Y ésto era algo que tenía que enfrentar con la Palabra de Dios. Nací de nuevo en noviembre de 1990, y para 1994 aún continuaba con esa lucha. Ese año, Rodney Howard-Browne visitó nuestra ciudad, y organizó varias reuniones. Pero mientras todos reían a causa del gozo que había en ellas, yo lloraba y lloraba. Fue vergonzoso. De repente un pastor se me acercó, y me dijo: ‘¡No llores más! ¡Gozo! ¡gozo!’. Pero no podía dejar de llorar.”

“Casi dejo de ir a las reuniones, pero sentí que si permanecía firme asistiendo, experimentaría la victoria. Una noche, en lugar de llorar, ¡comencé a reír! Dios había realizado una profunda obra en mí, y finalmente fui libre. Desde ese instante, comencé a sentirme bien conmigo misma”.

Mientras Christina esperaba su segundo hijo, le diagnosticaron cáncer cervical, anemia e ictericia. Armados para la prueba, Christina y Bela se enfocaron en las transmisiones diarias de LVVC, y en las enseñanzas que hablaban acerca de la victoria sobre la muerte. Ellos miraban La escuela de sanidad de Gloria Copeland, y leían el devocional diario: Crezcamos de Fe en Fe, todos los días. Dos años después de comenzar la batalla, Christina fue declarada completamente sana de cáncer.

Bela relata: “Nuestra vida no sería lo que hoy es, si no fuera por nuestra conexión con KCM. Ellos nos han enseñado, nos han alimentado y han orado por nosotros. En una ocasión, mientras oraba para saber si debía o no iniciar mi propio negocio, sintonicé el programa. Y Gloria dio una palabra de conocimiento, en la cual hablaba de lo que yo estaba atravesando”.

“En el 2010, fuimos a un restaurante en Branson, Missouri, y quedamos sentados cerca de los Copeland. Nos presentamos, y les contamos acerca de cómo esa palabra de conocimiento había cambiado nuestra vida. Entonces el hermano Copeland expresó: ‘Esa palabra era para establecerlos en el ministerio. Ustedes no estarían donde se encuentran hoy, si no hubieran obedecido esa palabra’ ”.

Hoy, Bela y Christina Megyery son pastores de Rivers of Restoration Church (Iglesia Ríos de Restauración) en Arlington Heights, Illinois, y sus cuatro hijos: Christina, Victoria, Jessica y Joseph sirven junto a ellos. Bela también se encarga de un ministerio para prisioneros llamado: Free If You Want to Be Ministries (Ministerio Libre si quieres serlo).

Bela Megyery no sólo volvió a los caminos del Señor, sino que él y Christina derrotaron el espíritu de adicción erradicándolo por completo de sus vidas, cumpliendo su destino y liberando a los cautivos.

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición mayo 2014, página 10