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agosto 25, 2014

Una palabra a la vez (por Melanie Hemry)

8-14_profileLas campanas resonaban llamando a los feligreses para rezar, mientras Stanley Black, de 17 años de edad, se arrodillaba antes de deslizarse en una vieja banca. Su rostro, que usualmente reflejaba felicidad, ahora estaba marcado con una frente arrugada que expresaba preocupación. Estando ya de rodillas, suspiró y cerró sus ojos. ¿Cómo era… su vida? Se concentró, buscando la expresión correcta. Una mezcla. Ésas eran las palabras perfectas para describirla.

Su país, Costa Rica, era una mezcla de culturas, una combinación de religiones y selvas que se entrelazaban con ciudades modernas. La familia de su padre había emigrado de la India, mientras que la familia de su madre era escocesa. Stanley había nacido en Jamaica. Sólo para seguir los patrones de emigración de su familia se requería de un mapa global, y también de mucha habilidad para usarlo.

En la escuela, Stanley escuchó a un sacerdote alemán —quien también era su profesor— hablar acerca de un tema muy popular: «Nuestra iglesia es la madre de todas las religiones» dijo. «Asistir a una iglesia protestante es el pecado imperdonable».

Stanley sintió un sudor frío corriendo por su cuerpo. Mamá. Papá. No había perdón para el pecado que ellos habían cometido. No existía oración adicional por ofrecer. Su padre, un agricultor, había invitado al veterinario de la familia a su fiesta de cumpleaños. Después de la celebración, el veterinario le dijo: «Me gustaría corresponder la amabilidad que has tenido conmigo. Por favor, visita nuestra iglesia. Y en honor a tu cumpleaños, oraremos por ti». Sus padres, sin escapatoria a la vista, aceptaron.

Stanley salió de la iglesia con la esperanza de que Dios hubiera escuchado sus oraciones, y que sus padres no hubieran cometido el pecado imperdonable. En su casa, su madre le sonrió, y le dijo: «¡Ahora somos cristianos nacidos de nuevo!».

El color del rostro de Stanley se desvaneció.

Stanley recuerda: «Estaba sorprendido por lo que mis padres habían hecho. En 1954 no había mucho evangelio en Costa Rica, y dentro de nuestra iglesia había bastante paganismo. Nunca antes había visto una Biblia, así que no tenía forma de saber si mis padres en realidad habían cometido un pecado al asistir a esa iglesia. Finalmente, después de dos semanas, nos invitaron a mi hermano y a mí para acompañarlos a la iglesia. Ese día, el pastor describió la crucifixión de Jesús con tanto detalle, que temblé al escuchar cómo los clavos habían perforado las manos de Jesús. Cuando el pastor hizo el llamado para pasar al frente, me aferré a mi hermano para conseguir apoyo. Pero cuando me di cuenta, ambos estábamos en el altar.

De inmediato, mi hermano y yo comenzamos a tocar nuestras guitarras en las calles, y a predicar a todos lo que nos escuchaban. Conseguimos una copia del libro de T.L. Osborne “Sanando enfermos” y empezamos a predicar acerca de la sanidad».

Fe para un milagro

Desde una de las ciudades portuarias, comenzó a esparcirse la noticia acerca de dos hombres hospitalizados que habían sido declarados pacientes terminales; ambos se  encontraban en la última fase de la tuberculosis. Stanley se paró al lado de la cama de uno de ellos con la confianza absoluta de que Dios lo sanaría. Stanley y su hermano ungieron a los hombres con aceite, y oraron por ellos.

¡Esos hombres no fallecieron! ¡Fueron sanados! Y la historia se propagó por toda la ciudad como un incendio forestal. El doctor a cargo envió a sus pacientes a la capital del país, San José, para que les hicieran un chequeo médico, a fin de comprobar el milagro.

Los hombres regresaron a casa, caminando por las calles sanos y salvos, mientras que Stanley y su hermano continuaban predicando el evangelio. Muchas personas aceptaron a Jesús como su Salvador, y ellos fundaron una iglesia en ese lugar.

Stanley explica: «Mi hermano y yo fuimos llamados al ministerio; como él era 3 años mayor, viajó a los Estados Unidos antes que yo. En 1958, me mudé a la ciudad de Greenville, en Carolina del Sur, para asistir al Seminario Teológico Holmes.

Antes de mudarme a Estados Unidos, pensaba que sabía inglés. Mi padre nos había enviado a una escuela privada para aprenderlo, como complemento a nuestras clases regulares. Sin embargo, estando ya en el seminario, no entendía muchas cosas que escuchaba, y tampoco podía hablarlo. Pasé horas durante la noche orando y llorando ante el Señor. Todos los días asistía a mis clases con los ojos hinchados y rojos. Después de que terminaban las clases, regresaba a mi dormitorio a llorar y orar otro poco. Este ciclo se repitió por varios meses».

Stanley pasó esa Navidad con unos amigos misioneros en Carolina del Norte. Al asistir a la iglesia de la familia donde estaba hospedado, el pastor lo invitó a predicar el siguiente domingo. Sin embargo, Stanley rechazó la invitación, pues sabía que su inglés no era muy bueno.

Al regresar a su dormitorio, Stanley sentía haber entristecido al Señor. Cayó de rodillas, suplicándole a Dios: «¡Señor, me abriste una puerta para predicar y yo la cerré de golpe! ¡Lo siento!».

Stanley regresó a donde estaba el pastor, y le dijo: «Predicaré. Es probable que mi sermón dure uno o dos minutos; pero predicaré».

Stanley había recordado la confianza que sintió cuando oró por aquellos hombres con tuberculosis. Leyó en la Biblia que era la voluntad de Dios sanar, y sabía que si él cumplía su parte, Dios se encargaría de cumplir la Suya. Quizá necesitaba esa misma confianza en ese momento.

Llegado el día domingo, Stanley temblaba mientras el pastor lo presentaba ante la congregación. Al dirigirse hacia el púlpito, su mirada recorrió toda la audiencia. Respiró profundamente, y habló. Ese simple acto de fe que había hecho, fue el que activó el poder de Dios para obrar a su favor.

Stanley Black recibió de manera sobrenatural su milagro: ese día predicó todo el sermón hablando un inglés perfecto.

Desde ese entonces, Stanley pasó todos sus veranos predicando en campañas de avivamiento por el Sur. En Greenville, también conoció a su esposa, Pearl. Ambos se casaron en octubre de 1961, y regresaron a Costa Rica bajo la cobertura de la iglesia Pentecostal Holiness Church.

Estando en Costa Rica, Stanley y su esposa asistieron a una reunión con los líderes de su denominación, en la cual hablaron acerca de una pequeña misión en la localidad de Santa Ana. Muchos pastores, incluyendo la mayoría de los que se encontraban en la reunión, habían tratado de hacer que la misión tuviera éxito; sin embargo, la misma nunca había prosperado. En consecuencia, los líderes votaron para que se cerrara la misión, y vendieran la propiedad.

Stanley les dijo: «Señores, yo no estoy de acuerdo. Yo no creo que el Señor esté en el negocio de cerrar iglesias. Es probable que todos hayan fracasado; no obstante, Dios no ha fracasado. Les pido que nos den esa misión a mi esposa y a mí durante seis meses».

«¡Siéntate jovencito! ¡Cuando necesitemos tu opinión, entonces te la pediremos!», le contestaron.

Stanley se sentó y calló, mientras escuchaba el debate que presentaban los demás. Al final, acordaron permitir que Stanley y Pearl tomaran la misión. La iglesia era tan pequeña, que sus pocos miembros se reunían en una diminuta casa pastoral. La iglesia de veras parecía estar muerta. Sin embargo, Stanley Black creía en el poder de la resurrección desde el mismo día que le entregó su vida a Jesús. Y dijo: «Construiré una iglesia».

Encontrando vida en la selva

Las personas pensaron que estaba loco, y se preguntaban: “¿Con qué pensarán construir una iglesia?” No había dinero. Se reían y murmuraban: “¿Para quién van a construir la iglesia?”. No había miembros para que la iglesia se llenara. Y aparte de eso, ni siquiera había alguien que la construyera.

No obstante, Stanley les contestó con mucha confianza: «Dios proveerá».

Stanley recuerda: «Un día, fui a predicar en medio de la selva. Una noche me encontraba predicando dentro de un pequeñ rancho de paja con piso de tierra. Y cuando hice la invitación para aceptar a Cristo, un hombre que había estado parado afuera escuchando, cayó de rodillas».

Ese hombre dijo: «Mi nombre es Hugo. Hoy me iba a suicidar. Pero en lugar de la muerte, encontré la vida».

Al rato, Hugo continuó: «Soy constructor, carpintero, y también sé hacer plomería y trabajos eléctricos».

Stanley le dijo: «Deseo construir una iglesia, ¿te gustaría mudarte a mi casa y ayudarme?».

«Sería un honor para mí», contestó Hugo.

Hugo vivió con ellos durante un año, lo cual bendijo a ambos. Hambriento por conocer más de la Palabra de Dios, Hugo creció en su fe. Y Stanley, quien tenía más fe que dinero, construyó el edificio.

Stanley recuerda: «El dueño de una plantación donó toda la arena y la piedras para la cimentación del edificio. El dinero para el techo nos lo envió el Instituto ‘Cristo para las Naciones’. Además de pastorear, también enseñaba en la escuela bíblica a donde Hugo también asistía. Hugo se afianzó tanto en el Señor, que cuando Dios nos llamó a mudarnos a México para ministrar en ese lugar, Hugo se quedó como encargado de la iglesia».

«Muchos años después, regresé a Costa Rica a predicar y decidí visitar la ciudad de Santa Ana. Aquella pequeña casa pastoral, y la iglesia que habíamos construido, habían sido demolidas. Y en su lugar, estaban construyendo dos grandes edificios, los cuales estaban a la venta. ¡La iglesia había crecido tanto que ya no cabían en el nuevo edificio! La iglesia Pentecostal Holiness Church no sólo no cerró la misión, sino que compraron una granja y un terreno para construir un instituto bíblico. Después de un tiempo, también construyeron una capilla y un campamento para jóvenes».

En 1965, Stanley y Pearl se mudaron a México y estaban ministrando en Guadalajara, cuando Stanley viajó a Dallas para asistir a la conferencia Pentecostal Fellowship of North America. Ministros de todas partes del mundo asistieron a esa conferencia, incluyendo al Dr. David Yonggi Cho, quien era miembro del comité directivo. En la conferencia había dos idiomas oficiales: Inglés y español, y se necesitaban intérpretes para este último. Stanley no sabía que uno de sus amigos lo había recomendado para ocupar ese puesto.

Stanley recuerda: «¡Al llegar al hotel me di cuenta que estaba asignado para interpretar! Interpretar en vivo es un gran desafío, pues tengo que enfocarme muy atentamente en lo que el ministro está diciendo, a fin de que pueda comunicar el significado correcto, usando la gramática apropiada. Al momento de dirigirme hacia la audiencia, mis piernas temblaban. Sin embargo, cuando di el paso de fe, recibí la unción de Dios para interpretar. Después de eso, todos los conferencistas querían que les interpretara, incluyendo a David Wilkerson».

De las selvas a los jets

«Durante la Renovación carismática de 1970, me hice amigo de John Osteen. John me pidió que predicara en su iglesia y en sus conferencias. Y por medio de esa amistad, conocí a Kenneth Copeland, Kenneth E. Hagin, Fred Price y
T.L. Osborne».

«Y fue así como me di cuenta que los Ministerios Kenneth Copeland eran tierra fértil, y me convertí en colaborador de ellos. Por medio del hermano Copeland, aprendí el secreto de cómo funciona la fe en nuestro interior, y lo sencillo que es hacerlo. Fue ahí donde entendí por qué llorar y clamar no produce los resultados que deseamos. Sin embargo, permanecer en fe y creerle a Dios siempre da resultados positivos».

Después de pasar 11 años ministrando en México, el Señor guió a Stanley y a Pearl a mudarse de vuelta a Estados Unidos. Regresaron con sus cinco hijos: Lori, Tina, Mark, Stanley, y Kenneth. En 1982, un gran ministerio a nivel nacional le pidió a Stanley que les interpretara en vivo, y que le hiciera la sincronización de voz y doblaje al español para su programa que se transmitía todos los días. Además de trabajar con ese ministerio, Stanley también agendó sus propias reuniones para predicar en el extranjero.

Hace unos diez años, Stanley comenzó a hacer interpretaciones en vivo, sincronización de voz y doblaje para Kenneth Copeland.

Stanley dice: «Es importante interpretar las palabras correctas con el espíritu y la unción correcta. He visto cómo interpretaciones incorrectas arruinaron a un ministerio. Cuando estoy al lado del hermano Copeland, debo estar concentrado al máximo. No puedo darme el lujo de pensar por un instante en algo más».

Para doblar los mensajes del hermano Copeland, Stanley comienza leyendo una traducción del mensaje, mientras escucha todo el programa en inglés con unos audífonos, tomando notas en donde la traducción necesita ser corregida. Después de este paso, comienza a doblar el mensaje al español, lo cual toma un promedio de 4 a 5 horas. La sincronización de voz es un gran desafío, pues el español es dos veces más largo que el inglés, por lo cual Stanley tiene que acortar la traducción para que encaje con la cantidad de sílabas habladas en inglés. Para hacerlo con la excelencia que se requiere, algunas veces el proceso toma un día entero.

«Aún continúo viajando por todo el mundo predicando el evangelio. Sin embargo, siempre trato de estar disponible para el hermano Copeland. Todos necesitan escuchar el mensaje de fe, pues siempre ha habido un complejo de inferioridad que ha afectado la cultura hispana. Han aprendido que nacieron pobres, y que entonces morirán pobres. He visto cómo jóvenes hispanos que nunca han tenido un automóvil, obtienen la revelación de fe y escalan montañas para Dios.

Eso también ha marcado una gran diferencia en mi propia vida. Pues gracias a lo que he aprendido del hermano Copeland, hoy en día no tengo ninguna deuda. No le debemos nada a nadie, excepto amar a todos».

Han pasado casi 60 años desde que aquel joven de 17 años de edad, Stanley Black, llevó el evangelio a las calles, a los hospitales, y a las selvas de Costa Rica. Y desde aquel entonces, ha llevado las buenas nuevas a 55 países. A sus 76 años de edad, Stanley continúa fuerte, viajando con el hermano Copeland y cambiando al mundo, una palabra a la vez.

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición agosto 2014, página 10