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junio 19, 2014

Un nuevo estilo de vida por fe (por Melanie Hemry)

6-14_profileLos teléfonos sonaban, las fotocopiadoras zumbaban y las oficinas de IBM en el centro de Chicago estaban cargadas de trabajo, a medida que terminaba el día laboral. Bill Winston, de treinta años, suspiró mientras realizaba una llamada. Nada. Cero. Eso era lo que reflejaban sus últimos seis meses de arduo trabajo.

Tomó su chaqueta, se despidió de sus compañeros y salió. El viento que silbaba entre la copa de los edificios, sopló el cuello de su chaqueta contra su espalda como si fuera una mano invisible. El sonido de un avión provocó que se detuviera en la acera llena de transeúntes, y mirara hacia arriba.

Una estela blanca de vapor atravesaba el cielo azul. Y como si se tratara de un mensaje de su pasado, aquella vista llenó a Bill de recuerdos de su infancia en Tuskegee, Alabama y de los héroes que tanto lo habían influenciado. Y su ejemplo siempre lo animaban a seguir en tiempos difíciles, como éste.

Los pilotos de Tuskegee —los primeros pilotos afroamericanos de la fuerza aérea de los Estados Unidos de América—.

Durante la 2da. Guerra Mundial, y mientras muchas personas pensaban que los afroamericanos no tenían la inteligencia, la habilidad, la sabiduría ni el valor para volar en combate, se agolparon desde toda la nación en el campo de la fuerza aérea en Tuskegee, demostrando a quienes los criticaban que estaban equivocados. Cientos de ellos sirvieron en la 2da. Guerra Mundial con tal distinción que sus nombres quedaron plasmados en la historia.

Bill estaba en segundo grado cuando uno de esos pilotos, el padre de su amigo Denise James, había regresado de África. Cuando Bill conoció a Daniel “Chappie” James Jr. le cambió la vida. Incluso hoy, unos 20 años después, él puede recordar la emoción que sintió y la promesa que le hizo a aquel piloto, quien llegó a ser el primer general de cuatro estrellas afroamericano.

“¡Yo volaré!”, exclamó Bill.

Y así lo hizo. Ingresó al Instituto Tuskegee (actualmente la Universidad de Tuskegee), se enlistó en ROTC y tomó el examen de calificación para pilotos en el último año. La formación como piloto en las fuerzas armadas había sido un reto. Aún había algunos pilotos afroamericanos, y el racismo estaba en su máximo nivel. Sin embargo, Bill se rehusó a desenfocarse de su meta. Y aprendió a volar aviones de hélice, aviones de turbohélice;  y por último, aviones supersónicos.

Luego de cumplir una asignación temporal en la escuela de supervivencia en la jungla coreana, Bill fue trasladado a Vietnam. Un año después, al regresar a casa fue condecorado con la Cruz de Vuelo Distinguido y la Medalla Aérea por actos de heroísmo en combate.

Bill Winston creció creyendo que todo era posible. Los pilotos afroamericanos, los emprendedores, los estudiantes, los profesores y los líderes que a diario lo rodearon durante años no le dejaron duda alguna al respecto. Por esa razón, tuvo éxito en casi todo lo que se propuso hacer.

Hasta ese momento.

Bill fue contratado por IBM en su primer empleo como civil; luego de su entrenamiento ingresó al departamento de ventas, con un salario basado principalmente en comisiones …y él no estaba vendiendo mucho. Así que al sacar de su bolsillo el cheque con su sueldo, lo abrió y se quejó.

No ganaba lo suficiente para sobrevivir, y el estrés le estaba causando problemas estomacales. Encima, sentía una ira que emergía de su alma al recordar las experiencias vividas creciendo en Tuskegee, cuando no tenía permitido nadar en una piscina de gente blanca y cuando tampoco podía estudiar en sus escuelas. Mientras sus amigos blancos entraban por la puerta principal de un restaurante, él debía entrar por la trasera. Ese pasado lleno de injusticias lo estaba comiendo vivo.

Bill miró hacia el cielo azul, y observando la estela del avión desaparecer en el horizonte, lo comparó con el éxito alcanzado en IBM. No había nada mejor que estar a 13.000 metros del suelo.

Si tan sólo pudiera estar ahí.

Accediendo al poder de Dios

Bill relata: “Ése fue el punto donde toqué fondo. Me crié en un hogar cristiano; sin embargo, nunca había aceptado a Jesús como mi Salvador. Cuando todo comenzó a venirse cuesta abajo en mi vida, pensé en regresar a la iglesia; pero no sabía a donde asistir”.

“Conocí a una mujer católica carismática, quien me invitó a una reunión en el lado Norte de Chicago. En esa reunión acepté a Jesús. Y al hacerlo, el amor de Dios renovó mi corazón y toda la ira desapareció”.

“Otra mujer me profetizaba: “¡Serás un predicador!”. No quería saber nada de eso, así que dondequiera que la encontrara, yo huía en la dirección opuesta.”

Aun así, el apetito espiritual de Bill era voraz. Un día sintonizó una emisora cristiana mientras se dirigía a una llamada de vendedores, y escuchó la voz en la radio: “Hola, aquí les saluda Charles Capps…”. Al Escuchar las prédicas de aquel hombre, Bill quedó atrapado. Y desde ese día, aprovechaba cada oportunidad para escucharlo. En esa misma emisora escuchó a Kenneth Copeland, Kenneth Hagin, Fred Price y Lester Sumrall. Y de ellos, aprendió acerca de la integridad de la Palabra de Dios, las leyes de la fe y el poder de sus propias palabras.

En su casa veía el programa de televisión La voz de victoria del creyente de Kenneth Copeland, y se hizo colaborador de KCM. Escuchaba los mensajes de Kenneth y Gloria Copeland, y leía sus libros. Poco a poco, aprendió a solucionar sus problemas por fe.

¡La Palabra funciona!

Pronto, las ventas de Bill aumentaron y sin darse cuenta, se convirtió en el mejor vendedor de la oficina. Luego fue ascendido a supervisor de ventas de primer nivel. ¡La Palabra de Dios estaba dando resultados en su vida!

Todo marchaba bien, hasta que una recesión económica afectó las ventas de toda la compañía. A finales de mes, su jefe estaba desesperado por ver algún tipo de ingreso.

Bill había aprendido de la Palabra que cuando actuamos conforme a las leyes de la fe, debemos decir algo. Por consiguiente, cuando su hermana lo llamó temprano en la mañana del último día del mes para preguntarle cómo se encontraba, Bill escogió sus palabras con sabiduría: “¡Estoy bien, gracias!—respondió. Si me llamas a las 5:00 de la tarde, tendré más ventas de las que puedan ingresar a los libros contables.”

Para el medio día, los vendedores a cargo de Bill comenzaron a recibir órdenes. Y para las 5:00 p.m., él había generado tantas ventas que su jefe lo miró y le dijo: “¡Bill, es suficiente! ¡Guarda algo para el próximo mes!”. Las ventas no sólo llenaron la cuota de Bill, sino la de los demás supervisores.

Bill pronto ascendió al puesto de jefe de supervisores.

Cumpliendo el llamado

Bill declara: “Trabajé para IBM durante 14 años y aprendí mucho acerca de negocios y organización. Durante esos años, a menudo compartí mi fe, pero llegó el momento donde comprendí que el Señor me había llamado a predicar.

“Renuncié a IBM, y en 1985 mi esposa Verónica y yo nos mudamos a Tulsa, donde ingresé a Oral Roberts University. Creo que Dios me envió ahí para aprender algo que cambió mi vida. Leí Isaías 48:17: «Así dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, cuya enseñanza es provechosa, y que te dirige por el camino que debes seguir».

No fue hasta que Bill descubrió esa escritura que se dio cuenta que Dios estaba interesado en su incremento. Sin embargo, entre más meditaba al respecto, más claro se volvía para él. Bienestar —o incremento— era el plan de Dios para Su gente y Él había prometido enseñarles cómo hacerlo.

Ésa era la diferencia que Bill notó entre “asistir a la iglesia”, y actuar conforme al reino de Dios. De acuerdo con la Biblia, no hay límites para prosperar en el reino de Dios.

Todos sus paradigmas cambiaron.

Esa porción de la Biblia le dio nacimiento a un sueño en su espíritu: El sueño de crear una escuela de negocios que le enseñara a los empresarios cristianos cómo actuar conforme a los principios del Reino —y cómo sacarle provecho a los principios del Señor, al margen de la economía global—.

Dando a luz un sueño

Después de un tiempo, Bill y Verónica empezaron a tener reuniones los sábados en un hotel cerca del centro de Chicago. Y la gente se aglomeraba en masas. Bill visitó a un ex-colega de IBM, quien le ofreció un puesto de trabajo. Sonaba tentador, pero en lugar de aceptarlo, Bill siguió adelante con Dios y Su asignación divina. Luego una puerta se abrió —le ofrecieron una pequeña iglesia en una de las zonas más peligrosas de Chicago—, y Bill aceptó. Siguió enseñando los principios de la fe e instruyendo a las personas a verse bendecidas. Bill enseñaba la Palabra párrafo por párrafo, precepto por precepto. Actuaba conforme a las leyes de la fe, y la Palabra no regresaba vacía. La iglesia Living Word Church (Iglesia de la Palabra viva) se convirtió en Living Word Christian Center (Centro cristiano de la Palabra viva), y se trasladó a los suburbios de Forest Park en Chicago, donde las personas comenzaron a congregarse en masa.

A medida que Bill seguía meditando en Isaías 48:17, su visión de la iglesia creció  como un mandato del Reino. El Señor empezó a revelarle el papel de los reyes y sacerdotes dentro del reino de Dios. Y Bill descubrió que cuando Dios quería que le construyeran un templo en el Antiguo Testamento, Él no enviaba a los sacerdotes a bañar camellos. Ellos nunca recaudaron fondos.

Eran los reyes quienes proveían las finanzas.

El rey David le dio a Salomón todo el dinero necesario para edificar el templo. El rey Salomón compró los materiales y supervisó el proyecto. Los sacerdotes lo bendijeron, lo dedicaron y ministraron al pueblo. Claro, era el Antiguo Testamento, razonó Bill; pero ahora tenemos un nuevo pacto con mejores promesas. ¿Debían los sacerdotes o pastores sufrir escasez? ¿Necesitaban tratar de recaudar fondos?

No, no tenían que hacerlo —no en la cultura del Reino—. Bill le preguntó al Señor: “¿Quiénes son los reyes —del Nuevo Testamento— que han sido llamados, ungidos y destinados a dar finanzas dentro del Reino?”. Y la respuesta fue: Primariamente, emprendedores y líderes de negocios.

¡Él es uno de los nuestros!

A medida que su revelación crecía, Bill expandió su ministerio en el área de la televisión. Un día, Kenneth y Gloria Copeland visitaban Chicago; Kenneth encontró el programa televisivo de Bill y al verlo, le dijo a Gloria: “¡Él es uno de los nuestros!”

No pasó mucho tiempo para que estos dos hombres se conocieran y establecieran una gran amistad. No sólo compartían su amor por Dios y Su Palabra, sino que ambos eran pilotos, y a los pilotos les gusta pasar tiempo juntos. Kenneth invitó a predicar a Bill a sus reuniones, y Bill hizo lo mismo.

En 1999, Bill dio a luz su sueño al fundar la escuela Living Word School of Ministry (Escuela de Ministros Palabra Viva), diseñada para entrenar “sacerdotes” o ministros de tiempo completo para el Reino. Además, estableció la escuela de negocios Joseph Business School, la cual está diseñada para “los reyes” —gente de negocios que desea convertirse en emprendedores—. Las clases se dictan los días sábados durante nueve meses al año. Su objetivo es recuperar la economía global y erradicar la pobreza dondequiera que ésta se encuentre.

Bill explica: «Ser un emprendedor es un llamado, al igual que el llamado al ministerio. La palabra emprendedor se deriva de una palabra francesa que significa: “Alguien que crea algo nuevo”, y su objetivo es traer crecimiento y progreso a una comunidad o a una nación. Cuando Dios transforma una ciudad o una región para Su Reino, asocia a emprendedores y líderes de negocios con misioneros y sacerdotes. Estos dos grupos tienen la gracia de transformar la economía a su alrededor y sacar adelante el reino de Dios».

Recientemente la escuela de negocios Joseph Business School recibió reconocimiento nacional. Además, el Departamento de Veteranos de los EE.UU. aprobó el financiamiento de veteranos que deseen asistir a dicha escuela a través del programa de beneficios Montgomery GI Bill.

Adicionalmente, la iglesia no se detuvo con la escuela de negocios ni con la escuela ministerial.

Bill comenta: «Compramos un centro comercial (shopping mall) de 133.518 m2. Necesitábamos un milagro, y el Señor me guió a sembrar una gran semilla, que produjo ¡una gran cosecha! Adquirimos la propiedad, y ahora cada local nos paga renta, y proveemos más de 400 empleos a la comunidad. También tenemos una embotelladora de agua, y estamos trabajando para que llegue a las comunidades que necesitan agua potable. Hacemos transacciones en oro y plata por medio de la financiera Great Lakes Monetary Consultants, y compramos el aeropuerto Golden Eagle Aviation, ubicado en el campo histórico de Moten, Tuskegee. Las ganancias generadas representan millones de dólares en impuestos, ayudando a la economía de nuestra comunidad y del estado».

Para crecer, hay que sembrar

Bill comparte: «Una de las razones por las que crecimos tan rápido fue por nuestra colaboración con KCM. La ley de asociación con ministerios exitosos trajo esa misma unción a mi vida. He descubierto que si quieres crecer, debes sembrar, y no sólo debes sembrarle a los necesitados. El libro de Gloria (La voluntad de Dios es la prosperidad) fue otro recurso que nos ayudó a darle un giro a nuestras vidas. Creo que la integridad de Kenneth y Gloria los ha convertido en modelos a seguir para los ministerios cristianos».

Cada año Bill Winston realiza dos congresos: International Faith Conference (Conferencia de Fe Internacional) y Missions Marketplace Empowerment Conference (Conferencia de Potenciación del Mercado Misionero), los cuales conectan a reyes y sacerdotes. Además, por medio de Faith Ministries Alliance (Alianza de Ministros de Fe), Bill supervisa más de 540 iglesias y ministerios alrededor del mundo, y recorre la Tierra enseñando fe.

¿Cuál es el siguiente paso? “Vamos a añadir un departamento de patentes e invenciones a nuestra escuela de negocios Joseph Center, porque hay una ola magnífica de nuevos inventos a punto de explotar en la Iglesia. El reino de Dios no sólo es un sistema de gobierno, sino un nuevo orden de vida por fe. No sólo es un futuro esperanzador, sino un presente. Una realidad donde hombres y mujeres nacen, y son potenciados con el poder de La Bendición para transformar nuestro entorno en un Jardín del Edén. Es tiempo de que todos nos regocijemos, en grande, pues cosas grandiosas están a punto de suceder”.

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición junio 2014, página 10