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enero 21, 2014

Aprendiendo a Vivir en el Reino (por Kenneth Copeland)

1-14_mainEn la década de los ochentas, justo después de la caída del comunismo en la Unión Soviética, vi algo que nunca olvidaré.

En aquella época, estaba ministrando en Ucrania en un antiguo teatro de opera. Gloria y yo predicábamos en la parte de arriba del escenario donde se encontraba el ministerio de alabanza, sin embargo, el sótano de aquel teatro tenía una historia de horror en sus antecedentes.

Era un lugar horrible.

Durante años, la agencia de inteligencia KGB había usado ese lugar para realizar el trabajo sucio. Ahí capturaban a quienes denominaban: “enemigos del estado”, a quienes sacaban de su asiento durante el espectáculo de la ópera arrastrándolos brutalmente hacia el sótano, a fin de interrogarlos. Muchos de ellos desaparecían para siempre.

No obstante, Gloria y yo lo veíamos como  un lugar maravilloso para tener reuniones. Lo pasábamos muy bien predicándole a personas que escuchaban, por primera vez en su vida, con libertad la proclamación del evangelio. La gente respondía con cánticos y gritos de alabanza a Dios. Todos parecían estar emocionados… excepto los ujieres que estaban a cargo de dar la bienvenida en las puertas.

Estaban llenos de temor. Ellos no sabían qué hacer, pues pocos días antes muchos cristianos habían sido asesinados en una actividad de ese tipo. Por tanto,  entraron en pánico y cerraron las puertas.

Al no comprender preguntamos: «¿Qué están haciendo? ¿Están intentando evitar que salgamos o cerraron para que alguien de afuera no entre?».

¡No comprendieron! Estaban confundidos porque no sabían aún cómo obrar en ese nuevo sistema de libertad. Era un misterio para ellos.

Sin embargo, no era un misterio para nosotros, pues nosotros crecimos en dicho sistema. Por consiguiente, nos encargamos de la situación. Les dijimos: “¡Abran las puertas!” y obedecieron.

Estos servidores no eran los únicos que tenían problemas acerca de qué hacer en aquel entonces. Uno de nuestros colaboradores en el ministerio, quien vivía en Europa Oriental, nos dijo que ése era un problema recurrente. Él enseñó a su familia diciéndoles: «Desde ahora, todos debemos prestarle especial atención a los programas televisivos de los Copeland, porque aún no sabemos cómo vivir en la libertad que ellos viven».

¡Siempre recordaré esos días llenos de emoción! Siempre recordaré de manera clara, cómo aprendieron esta poderosa lección espiritual: Personas que habían vivido bajo un sistema de opresión y que de pronto fueron libres, debían ser instruídos a vivir en libertad.

Fue una realidad para los creyentes de Ucrania, y los es para ti y para mí.

Aunque no hemos vivido en un país comunista, como creyentes todos hemos enfrentado los mismos retos. Todos sabemos lo que fue vivir en un sistema de esclavitud para luego ser liberados; fuimos liberados del régimen de opresión del enemigo y fuimos trasladados a la libertad del reino de Dios al nacer de nuevo.

Al nacer de nuevo, todos éramos como los servidores de ese teatro. Al principio, no teníamos ni la menor idea de cómo actuar en nuestro nuevo ámbito espiritual. La forma en que obraba el reino de Dios era un misterio para nosotros.

Y para muchos cristianos lo sigue siendo. Como alguien les dijo que el Señor obra de maneras misteriosas, por tanto, asisten a la iglesia y leen la Biblia sin la expectativa de aprender algo nuevo. Y afirman: “Bueno, nadie sabe cómo va a obrar Dios, pues el Señor obra de maneras misteriosas”.

Aunque esa declaración suena muy espiritual, ellos están errados. Jesús nunca dijo que los caminos de Dios serían un misterio para nosotros, Él dijo lo contrario: «…A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios…» (Lucas 8:10).

¿Ya te diste cuenta de qué significa eso?

Significa que, como ciudadanos del cielo, tenemos acceso a información secreta. Podemos llegar a entender los métodos por los que Dios obra. Podemos estudiar Su PALABRA y aprender los procesos que Él usa para obrar.

En Juan 8:31-32, Jesús nos lo explicó de la siguiente manera: «…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

Lecciones del Maestro

¡Esa información secreta cambiará tu vida!

Si quieres saber cómo obtenerla, presta atención a lo que le sucedió a Pedro en el Nuevo Testamento. La primera vez que Jesús le dio una orden, él no sabía cómo obraba el Reino. No tenía ni idea de cómo actuar. Por consiguiente, se perdió de una gran oportunidad.

Probablemente ya sepas la historia. Jesús tomó prestado el bote pesquero de Pedro, y le predicó a la multitud de la costa de Galilea. Al terminar Su mensaje, Jesús se volvió a Pedro y le dijo: «…Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».

«Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red» (Lucas 5:4-5).

Nota que Jesús le dijo “redes” (en plural), y Pedro respondió “red” (en singular). ¿Por qué Pedro alteró la instrucción que Jesús le dio? Porque estaba cansado de trabajar toda la noche, ya había lavado todas sus redes y no quería regresar al mar para que se volvieran a ensuciar, sólo porque este predicador —quien era obvio que no sabía nada acerca de la pesca— creía que era una buena idea. Así que, escogió la red más vieja, la que estaba deteriorada, de la cual no tenía que preocuparse por lavar más tarde.

Por supuesto, Pedro se arrepintió de haber tomado esa decisión, pues cuando lanzó la red al agua, se llenó de peces a tal punto que ésta se rompía. Y se vio forzado a pedir ayuda a otra barca. Mientras los otros pescadores levantaba la pesca de su vida, Pedro cayó de rodillas ante Jesús y cuando aún los peces le aleteaban en el rostro, exclamó: «… Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él» (Lucas 5:8-9).

¡Imagínate cómo se sintió Pedro! Aunque para sus compañeros el viaje fue un éxito, para él fue un total fracaso. ¿Por qué? Porque aún no sabía descifrar los misterios del reino de Dios.

Sin embargo, poco tiempo después la historia fue completamente diferente. Cuando el recaudador de impuestos del templo quería dinero, Pedro no titubeó cuando Jesús lo envió de nuevo a a pescar: «…ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti» (Mateo 17:27).

¡Esas instrucciones eran extrañas! Jesús ni siquiera le dijo a Pedro que utilizara un cebo. Sólo le indicó: “Lanza el anzuelo y una pez con dinero lo morderá” (Paráfrasis del autor).

Si Jesús le hubiera dicho algo como eso a Pedro cuando lo conoció, él quizá le habría respondido: “Señor, ¿has estado bebiendo?”. No obstante, en esta ocasión él ya tenía tiempo de andar con Jesús, y ya lo había escuchado predicar.

Pedro escuchó las frases que Jesús expresaba: «…Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras… No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente» (Juan 14:10, 5:19).

Al ser testigo de lo que sucedía cuando Jesús escuchaba y obedecía la PALABRA del Padre, Pedro había aprendido a descifrar los misterios del Reino. Aprendió que cuando dices y haces lo que Jesús te pide, ¡el poder de Dios obrará y saldrás vencedor!

Viajando sin equipaje

Pedro no fue el único que aprendió esa lección. Jesús se las enseñó a todos Sus discípulos. Una de las maneras en que les enseñó, fue enviándolos a predicar por todo el país; llevando como equipaje sólo la ropa que llevaban puesta. Él les indicó: “¡Viajen sin equipaje! Dejen todo, no lleven ni siquiera ropa para cambiarse” (Traducción libre de Mateo 10:5-10).

Algunas personas piensan que Jesús dijo eso porque Él quería que todos fueran pobres. ¡Nada más equivocado! Jesús no les pidió que fueran pobres. Él les estaba ofreciendo la oportunidad de liberarse de las cadenas del sistema de la economía del mundo, y que experimentaran lo emocionante que es que sus necesidades fueran suplidas por el reino de Dios.

Él les estaba queriendo decir: “Muchachos, vengan a trabajar para mí. Obedézcanme y el Padre se encargará de proveerles”.

Ellos obedecieron, y sucedió tal cual Él se los había prometido. Al culminar Su ministerio terrenal, Jesús les preguntó: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada» (Lucas 22:35). Aprendieron a vivir libres.

Lee lo que se nos enseña en la Biblia acerca del joven rico y descubrirás que a él también se le dio la misma oportunidad. Jesús se la ofreció el día que él vino a preguntarle cómo obtener la vida eterna. Al final de su conversación, Jesús le dijo algo similar a lo que les indicó a Sus 12 discípulos: «…vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme» (Lucas 18:22).

Sin embargo, en lugar de aprovechar la oportunidad, el joven rico se entristeció porque no sabía nada acerca de los misterios del reino de Dios. Él no entendió que si obedecía a Jesús, no sólo llegaría a formar parte de Su ministerio, sino que llegaría a ser más rico de lo que siempre soñó.

Al igual que los discípulos, él también pudo haber aprendido a vivir libre.

Pídele al Señor que te entrene

¡Todo el reino de Dios funciona con el mismo proceso! Ésta es la manera en que vas a salir de deudas, en que vas a recibir tu sanidad, en que vas a hacer que el diablo huya de ti y en que puedes disfrutar de días celestiales en la Tierra.

Sólo debes escuchar a Jesús. Di y haz todo lo que Él te indique que digas y hagas; y podrás tener el mismo éxito que Él tuvo cuando estuvo en la Tierra, en todas las áreas de la vida.

“Pero hermano Copeland, ¡no estoy seguro de lograrlo! La mayoría del tiempo siento que no puedo escuchar a Dios”.

Entonces deja de lado los sentimientos, y enfócate en las Escrituras como Juan 10:4-5 en donde Jesús expresó: «…las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán…». Cree esa verdad y declárala, dile al SEÑOR: Tengo oídos par oírte y sé cuando me estás hablando. Por tanto, inclino mis oídos a Tus razones. Señor, estoy a Tus órdenes.

Luego, haz tu parte para familiarizarte con la voz de Dios, al darle el primer lugar a Su PALABRA escrita en tu vida. Invierte tiempo leyendo y estudiando la Biblia. Ora a diario y practica escuchar la voz del Espíritu Santo en tu espíritu. Pídele al Señor que te entrene. Y por último, confía que Él te revelará cualquier cosa que no entiendas.

Te garantizo, Él lo hará.

Él lo ha hecho por mí incontables veces. Viene a mi mente un incidente en particular, que se suscitó en los primeros días de mi ministerio. Estaba caminando por una calle en Tulsa, Okla., donde se me había invitado a predicar, y el SEÑOR me habló y me dio una instrucción. Sabía que venía del Señor, sin embargo, unos minutos después escuché algo en mi espíritu que no parecía del todo correcto.

Sentía que no se alineaba con la PALABRA escrita —por lo menos, con lo poco que sabía de ella en aquel entonces—. Por consiguiente, me detuve en la acera, le repetí lo que había escuchado y expresé: «Estoy dispuesto y estoy listo para obedecerte, pero la última parte me parece confusa. Por tanto, con Tu permiso, voy a obedecer hasta que lo vea en la PALABRA escrita».

En respuesta, escuché que el SEÑOR dijo muy claro dentro de mí: Eso es algo elogiable, y te mostraré lo que necesitas saber.

Poco tiempo después, Él me reveló lo que sucedía. Dios me mostró que justo después de que me habló, Satanás vino por detrás e intentó imitar Su voz. Luego, Él me llevó a la Biblia, y me mostró las Escrituras que el diablo había alterado, y añadió: No vuelvas a seguir esa voz.

Por supuesto que no lo hice. Y cuando el diablo intentó volverme a engañar, lo reconocí y le dije: «No, señor diablo, no me vas a volver a engañar con eso. Conozco la diferencia entre tu voz y la voz del Padre, ¡y me rehúso a obedecerte!».

Tú también puedes hacer lo mismo. Por tanto adelante, continúa atendiendo la PALABRA, caminando en Jesús, y manteniendo tus oídos atentos a Él. Sigue diciendo y haciendo cualquier cosa que Él te indique que digas y hagas. Y ten la certeza de que saldrás vencedor todo el tiempo.

Sé libre del sistema de esclavitud del enemigo, sigue escudriñando los misterios del reino de Dios, y cada día aprenderás más acerca de cómo vivir libre.

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición enero 2014, página 4